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Mostrando las entradas de junio, 2016

Deliración 494: Yo que vos, me vuelvo 10

El padre de Simón llega una semana antes de la fecha estimada para el parto. Simón se esfuerza por salir de su casa y lo recibe en Schiphol. Siente que las fuerzas de seguridad lo oprimen; que los guardias del aeropuerto lo miran y le siguen, y que las cámaras redonditas ruedan sobre su eje, como esforzándose por gravitar en torno a su paso. Pensó en comprar un globo, pero las salutaciones están en ese puto idioma. Simón no quiere recibir a su padre de esa manera. La gente llega y parte, y las bienvenidas y las despedidas son tibias, casi indiferentes; sólo los chicos que han superado la primera infancia son más exagerados (a pedazos). Piensa en las diferencias con su país (niños a pedazos), pero conviene que en éste las gente viaja en avión mucho más seguido(la carne y el barro). "Nadie iría a despedirme a la estación de colectivos tampoco", piensa refiriéndose a la Argentina (y las moscas). Entonces aparece su padre, arrastrando dos valijas llenas y excesivamente abrigado (y el frío). Sonríe cansado. El poco pelo que le queda está despeinadamente aplastado tras 15 horas de viaje. Simón, de repente, no sabe cómo manifestarse; cómo demostrar su alegría y satisfacción. No sabe ponerle fin a esa ansiedad que siente. Su padre finalmente está ahí, frente a su cuerpo; por fin alquien que habla su idioma, alguien que lo quiere: el mismo que le dio la vida. Puede tocarlo si lo intenta. Puede olerlo (por encima del olor a barro podrido): su transpiración sutil y su desororante activado... el olor de su padre, el olor de su casa, la ausencia de mamá, las flores, el velorio, mamá en el cajón, neutra, sin su olor, sin su perfume; ¿por qué? ¿Por qué la enterraron sin su perfume? ¿Cuál era el perfume de mamá? ¿A qué olía mamá? ¿Olía a flores, o a talco, o a tierra,o a sol? Simón no entiende porqué, de repente y frente a su padre, extraña tanto a su madre. Le tiende la mano, casi con miedo o con bronca; pero su padre la ignora y la aparta, le chupa un huevo lo que pretenda. Su padre lo abraza, le llama "Simoncito, querido" y Simón se larga a llorar.