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Mostrando las entradas de abril, 2015

Deliración 455: El cliché - 1

Como la mayoría del resto, llegué a la vida de mis viejos demasiado tarde (y supongo que a mi hijo le pasó lo mismo). En mi caso, conocí al mío ya muy cómodo y aburrido en su puesto de empleado público. De las anécdotas que contaban sus amigos no quedaban ni rastros y, sólo de vez en cuando, se emborrachaba para reírse a carcajadas. No era parco ni callado, sino más bien bocón e inseguro.

Mi hermano siguió su mismo camino y se metió en la municipalidad, pero (no sé si fue por una cuestión generacional o porque quizás nos criaron con más ambiciones) él hizo carrera política y escaló a puestos más altos y ahora aparece en las listas sábana de los radicales.

Mi vieja fue maestra de primaria, pero logró jubilarse por anticipado; así que, durante nuestra adolescencia, pasó casi todo su tiempo en casa, dedicada a nosotros. Eramos su vida, nos decía, y supongo que veía nuestros 18 años como su fecha de vecimiento.

Deliración 454: Vení que te cuento

Yo podría haber sido otro, pero para qué? Me hubiera perdido de todo esto... de tu mamá, de vos; qué haría yo sin vos? Sí, yo podría haber sido otro (ponele) y durante mucho tiempo me anduve lamentando no haberlo sido; pero ya no.

Hoy por hoy, sólo tengo miedo de perder todo esto que hace que valga la pena ser quien soy; este yo, quiero decir... nosotros...

Deliración 453: Momento de vanidad...

Una vez crucé a nado el dique Los Molinos (ida y vuelta) en pedo, mientras unos amigos hacían un asado. Cuando volví, ya se lo habían comido casi en su totalidad y sólo me dejaron unos restos de carnes secas. Reconozco que estaba preocupado (o tenía miedo) de que me pasara una lancha por la cabeza o que viniese una víbora nadando y me atacase (por algún motivo).

Otra vez nos fuimos en bicicleta, desde Córdoba, hasta Rafaela y tardamos dos días y medio para hacer los 300km de ruta. Dormimos en carpa en los estacionamientos de unas estaciones de servicio y tomabamos yogur y cagabamos cada 20km. La bici no tenía cambios y pedaleamos en cueros y en alpargatas. Yo tenía un sombrero de paja al que le había cosido un pañuelo para que no se me quemase la nuca (no quería insolarme).

Otra vez arranqué un paraíso de raíz que obstruía un camino cerca del cementerio de Saguier. Es cierto, ya estaba tumbado (había pasado un tornado); pero las raíces todavía estaban enterradas y aferradas al suelo. Creo que tardé una hora y media, pero lo arranqué obelíxicamente con mis propias manos y sin ayuda de nadie ni de ninguna otra asistencia externa (ni herramientas, ni poleas, ni camioneta, ni palas, ni palancas). Estaba solo y nadie me vio (me fui y dejé el árbol en la banquina).

Eso sí, soy una basura como persona.

Deliración 452: Nicho de taitas...

Uno no sabe muy bien cómo es que se sabe, pero lo cierto es que se habla de lo que una vez fue una pulpería en el sur de Santa Fe (ahí por la zona del Elortondo) a la que varios guapos aún se allegan para batirse a duelo con el mandinga, sin otro propósito que el de obtener una prórroga para sus almas o cederlas definitivamente en el intento. Hay uno que, según dicen, le viene ganando desde hace más de cien años; aunque hay quienes ponen en duda su habilidad y destreza, y le adjudican sus victorias a cierta simpatía que (insisto, dicen) le tiene el mismo cachibembe; y es que la envidia del prendado (me imagino) ha de ser muy grande. Dicen que ya gastó toda su plata (la del trato y sus frutos, supongo), que tuvo todas sus hembras y varios de sus machos; que deambuló bastante y se aquerenció con un par de familias, amistades y amantes, pero que finalmente los abandonó a todas y todos (desarraigado y sin retoños); que lo único que le queda es ese placer quinquenal de embretar al tío contra los rincones y coserlo a guadañazos.

La casona, ahora en ruinas, se encuentra en un lote baldío que ni mugre junta. Si bien no tiene techo (y el solazo cuece la zona), el piso mantiene un barro eterno; amorcillado por la humedad de tanta sangre... y las moscas, las moscas se escuchan a la legua.