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Mostrando las entradas de julio, 2010

Deliración 370: En la peatonal, frente al cabildo...

Le dio un beso en la mejilla y se quedó un instante mirándola a los ojos, sonriendo, a unos 25 centímetros de distancia, atragantándose ese "y pensar que podrías haber sido vos", pero optó por no decir nada, como siempre, y alejarse caminando entre la gente y deteniéndose, quizá, para comprarle un robot bailarín a su hijo.

Deliración 369: Eso, la muerte: una casa en alquiler...

De lo poco que pudimos enterarnos fue que el Cholo había nacido en Buenos Aires, hace unos ochenta y tantos años atrás. El padre era ferroviario y vivieron, la familia entera, en distintas partes del país. Al menos diez años permanecieron juntos en Córdoba y fue entonces cuando conoció a Tita. Ella vivía en la casa de al lado, frente a la estación de trenes de Alta Córdoba. Por lo que nos contaron el Cholo era bastante vago y medio duro para los estudios, por lo que después de intentar meterse en la Escuela de Oficiales de la Fuerza Aérea, desistió y se fue a probar suerte a Buenos Aires, donde consiguió trabajo como mecánico. Allí conoció a su primera mujer, tuvo dos hijos y cuando enviudó, se volvió solo para Córdoba, a pasar un tiempo con sus padres. Entonces se reencontró con Tita. Ella, era oriunda de la zona de lo que ahora es barrio Ituizango, pero se habían mudado -con su mamá y su hermano- cansados de los robos y las distancias. Mantenía una relación muy estrecha con los padres del Cholo y, según nos contaron, tanto ellos como su madre urdieron un plan para convencerlos y enamorarlos. La cosa es que, tiempo después y luego de reiteradas propuestas de matrimonio de parte del Cholo, se casaron: él con 50 y algo, y ella con 40 y tantos. No tuvieron hijos; al parecer, con los de él les bastaba. Se fueron a vivir durante poco más de un año a Buenos Aires, pero Tita no soportó el ritmo de la capital y decidió volverse. Cholo la siguió, pero los chicos se quedaron. Con el tiempo se fueron muriendo los padres de cada uno y probablemente algunos hermanos.

Nosotros los conocimos hace apenas un año y medio, cuando nos mudamos al lado de su casa de calle Fragueiro. Ambos vivíamos en el corazón de la manzana, en dos casas paralelas y espejadas, umbilicadas al mundo por un pasillo de unos 25 metros de largo. Ellos tenían a Luna que nos ladraba del otro lado del tapial, y nosotros aún tenemos a nuestros cuatros engendros caninos que no hacen más que dormir sus siestas. Tita nos peleaba, nos reclamaba y se quejaba sobre el número de perros, pero ahora creo que era su manera de acercarse. Una tarde el Cholo se cayó y ella se descubrió demasiado vieja para levantarlo, entonces me pegó el grito. Salté el tapial y lo alcé. A partir de entonces comenzamos a charlar. Cholo hacía tiempo que estaba enfermo, se sometía a diálisis tres veces por semana y le faltaban fuerzas para movilizarse. Lo habían operado recientemente y le habían amputado varios dedos de los pies. Tita lo lloraba, supongo que a esa edad se tiene miedo a sobrevivir a su compañero. Sin embargo, ella murió primero. Sucedió de pronto y de manera inesperada o, por lo menos, así lo fue para nosotros. En algún momento nos había mencionado algo de unos problemas linfáticos que padecía y de cómo se le edematizaban las piernas cada tanto. Parece que fue eso y, según nos dijeron, parece que sufrió mucho; pero por poco tiempo. Murió mientras Argentina perdía contra Alemania en los cuartos de final de Sudáfrica y nosotros recién nos enteramos una semana más tarde... una semana en la que el Cholo permaneció completamente solo al lado de nuestra casa.

Vinieron a buscarlo para llevárselo a Buenos Aires, al parecer, a esperar a que muriese tranquilamente a pocos metros de la casa de uno de sus hijos -el más grande, creo-. Cuando lo fuimos a despedir, nos dijo desde su sillón frente al televisor mientras nos sujetaba las manos: "¿Se enteraron de que me voy?"; y así desapareció de nuestras vidas. Al otro día se llevaron a Luna para que le ladrara y jugara con lo nietos del hermano de Tita, y durante las semanas siguientes vaciaron la casa, la limpiaron y la pintaron para ponerla en alquiler. Entre la basura y los escombros que tiraron me encontré con una bordeadora que decidí quedarme como recuerdo, pero principalmente porque funciona de mil maravillas y para qué desperdiciarla -pero eso es otra historia-.

Hoy la casa está vacía, nadie le ladra a nuestros perros y, por las noches, las luces de su patio ya no quedan encendidas... y de repente, eso, la muerte: una casa en alquiler...

Deliración 368: No sé, la verdad...

Josefína exige respuestas, sólo una aunque sea, ya que, a esta altura de la vida, es lo que uno espera y cualquiera diría que, tan convencidos de nuestra derrota, no hacemos nada para evitarla y así permanecemos atados a los sueños de la memoria, a la nostalgia de no haber sido, al romanticismo de no ser, empecinados en mantener nuestras fantasías en un imposible o, quizá, aún insistimos en esa rebeldía de no tomarnos en serio; mas sea como fuere, hace más de diez años que decidimos escudarnos en la filosofía del Nunca-Jamás para no crecer hacia nuestros padres, aterrados por esa cosa de la imagen y semejanza y los ojos de uno y la sonrisa del otro y las orejas de los abuelos.
Personalmente, no me criaron con las fuerzas suficientes como para insistir y perseverar y alcanzar mis ansias cueste lo que cueste, sino que me evangelizaron en una ética aterrorizada por tales costos. Confundo mis metas con logros ajenos y pierdo la noción de éste, mi tiempo que pasa en cómodas cuotas que me esfuerzo por cancelar a fin de mes y así es como financio está, mi vida que no soñé ni pretendo.
Parecerá una pavada, pero creo que no importa tanto qué hacemos de nuestras vidas sino para quiénes las vivimos...

Deliración 367: Pensando en mudarnos...

Tita murió, sin que lo sepamos, hace poco más de una semana en un Hospital Aeronáutico y el Cholo, según nos enteramos, se vuelve a Buenos Aires para morir en la esquina de la casa de sus hijos... Nosotros seguimos acá, del otro lado del tapial, con las mandarinas y los perros, tristes, esperando quién sabe qué cosa y ahorrando para el casamiento. En definitiva, pensamos en mudarnos, en conocer más gente por sólo dos años...

Deliración 366: A una mano de distancia...

Habíamos desperdiciado tanto tiempo buscando las señales que debía enviarnos el destino y, sin embargo y a pesar de todo, estábamos a sólo una mano de distancia. Por alguna razón los bancos en la facultad nos resultaban mucho más incómodos que en la escuela secundaría. Uno de los dos preguntó algo y el otro respondió sin muchas ganas. De repente, me hablabas. No recuerdo qué era lo que decías, pero me hablabas y yo no sabía si tenía permitido mirarte a los ojos. Besabas el aire, pensaba. Eras delgada y graciosa. Practicabas tu determinación atravesando tus rodetes con biromes que jamás manchaban tu cuello. Por alguna razón, sólo arremangabas una manga de tus pulóveres holgados, aunque no me acuerdo cuál de las dos era. Tras el escote de tu camisa, tus lunares y pecas marcaban un sendero que me guiaban hacia tus... "¿Qué mirás?", me dijiste interrumpiendo el hilo de mis pensamiento entre consternada y ofendida. "Tus tetas, Marcela", te dije sorprendiéndonos al decirlo y sin pensarlo demasiado ratifiqué mi enunciado: "lo que miro son tus tetas". Estábamos a sólo una mano de distancia, trecho suficiente para una cachetada o un escándalo; pero, sin embargo y a pesar de todo, me regalaste tu primera sonrisa y acomodaste tu camisa -no mucho, por cierto, sólo por formalidad y con cierta cortesía-.