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Mostrando las entradas de septiembre, 2009

Deliración 324: Silencio...

Respiran, todos juntos y por separado, a su manera cada uno, roncando, silbando, sorbiendo sus flemas, aspirados, sin ritmo ni constancia, asistidos, desfigurados y asépticos, uniformados y desnudos, respirando, simplemente respirando, y eso ya es pedirles demasiado.

Deliración 323: Hoy, en la clínica de niños.-

Sus miembros se sacudían, de manera independiente, atados a esa corta columna de escasos treinta centímetros de largo que se retorcía sobre el pecho de su madre que la sujetaba para que no se cayera, ella, tan chiquita, tímida y simpática, sin poder caminar ni arrastrarse ni comer ni tomar ni hablar ni abrazarte, cumpliendo cuatro años, esperando a la ambulancia, sin sospecharlo siquiera, ni ser consciente de su condición, de su estado, de su abuela que se iba en lágrimas frente a ella, de su hermano de diez años que debía hacerse cargo de su vida, asustado, con los bolsos, esperando -siempre esperando-, ni de su madre resignada a amar tanto sufrimiento y a esa sonrisa láctea y a esos dientes separados y a esos ojos inquietos y a ese cabello permeable y transpirado y a esa pequeña muerte que crecía por dentro y que hacía eco en sus sueños.

Deliración 322: Sincericidio...

Sinceramente, soy un infeliz consuetudinario con una pobre voluntad avocada a frustrar mis sueños y pisotear mis anhelos. No se trata de algo transitorio sino de una técnica que vengo perfeccionando desde hace años: una mirada triste, un comentario gracioso y esta pena en el pecho que oprime más que el colesterol que lo debo tener por las nubes, mirá...

Deliración 321: Lo que son las cosas...

Cómo será el marote de rebuzcado y caprichoso que, cada tanto, uno se descubre despierto y estableciendo relaciones que jamás había hilado sobre recuerdos que ya creía olvidados, y la re-puta madre, porqué viene a joderme ahora, casi diez años más tarde y a las 5 de la mañana, esta puta idea de cuán poco llegué a interesarle realmente, siendo que ella que lo retrataba todo con su camarita de morondanga jamás se preocupó por tomarse una foto conmigo siquiera: los dos juntos y abrazados, sonriendo y enceguecidos por el flash, con una mano extendida sujetando la cámara... y mirá que tuvo oportunidades la muy turra; pero no, ni siquiera tuvo esa delicadeza de dejarme con, al menos, la turgencia de mi fantasía a su lado...

Deliración 320: Pero si hasta parece un cuento...

La cola serpenteaba por el laberinto de postes que mantenían turgentes a esas cintas que más bien parecían cinturones de seguridad que no atajaban a nadie, mas guiaban a los pobres infelices que todos los meses iban a pagar rigurosamente sus impuestos en aquella sucursal del Banco de Córdoba de calle San Jerónimo y él, uno de ellos, justo en el medio, a tres vueltas de las cajas y a tres vueltas de la salida, llevaba casi media hora de desesperada espera y las políticas de seguridad le impedían llamar a su mujer, mandar mensajes de texto a sus hijos o siquiera jugar con su celular; mientras que a su alrededor, la gente parecía recordarle todas aquellas escaramuzas para amortizar el tiempo perdido, a las cuales él se empecinaba en no recurrir: frente a sus ojos, la nuca mugrienta de un muchacho se sacudía al ritmo de lo que bien podría ser un ritmo latino reinventado por algún grupo sajón y sin libido; a su lado, una muchacha de unos 19 años, leía un libro de bolsillo cuyo título no alcanzaba a leer; a sus espaldas, a unos cuantos fedigreces de distancia, podía escuchar la discusión de una pareja que peleaban por celos, por gastos y por familiares entrometidos o estúpidos con los cuales debían pasar los fines de semana del resto de sus vidas; adelante, en la cuarta vuelta, un viejito alzaba su cabeza para tratar de leer los resultados de los partidos locales jugados el fin de semana en alguno de los tres televisores mudos que sintonizaban el noticiero matutino; el murmullo, la gente y esa morocha infernal que descubrió a su izquierda a unas diez personas de distancia: ojos claros, piel morena sin esmalte, unas curvas que reinventaba entre aquellos que la tapaban, por lo que hizo un esfuerzo y estiró el cuello para echarle una mirada a esas tetas que suponía firmes y alzadas, pero fue descubierto, a su vez, en el intento por la morocha misma que lo fulminó con su mirada gélida y lo obligó a bajar la vista y volverla hacia otro lado, donde una viejita, le sonrió en señal de connivencia; y volvió, más avergonzado aún y luego, a alzar la vista para ver como el viejito bajaba la suya, ya desinteresado, por lo que se volvió a los televisores para ver qué era lo que le había aburrido tanto y alcanzó a ver en las pantallas a bomberos, policías y testigos que articulaban sin producir sonido alguno haciendo referencia, talvez, a un bollo de acero y chapas que goteaba incrustado contra el frente de un trolebus a pocos metros de unos cadáveres cubiertos con unas bolsas de plástico de las cuales sobresalían unos pocos pies, decididamente impares, embutidos, algunos nomás y no todos, en unas zapatillitas y un zapato rojo de taco alto negro que había comprado la navidad pasada, cerca, muy, muy cerca de lo que pudo identificar como la patente de su auto en el que su esposa lo iba a pasar a buscar después de recoger a los chicos del colegio.

Deliración 319: Estaba tieso, pero con la barriga blanda.-

"Estos fueron los hijos de putas de los vecinos", se dijo sin siquiera planteárselo demasiado, sino como una reacción alérgica ante la presencia de ese gato muerto en el medio de su patio. Se acercó seguido por sus tres perros y revisó el cadáver para ver si lo habían mordido. El bicho estaba tieso y extendido -como dando un salto, pensó-, con el pelo enmechonado por la lluvia de la noche anterior y los ojos y la boca abiertos; mas completamente ileso, libre de mordizcos y gomerazos. "Estos fueron los hijos de putas de los vecinos que se les murió en su patio y me lo tiraron al mío, los muy malparidos", musitó y agregó a los gritos con su voz ronca y furiosa: "Hijos de puta y la puta madre que los remilparió, cornudos de mierda". Se volvió y les ladró un salgan de acá a sus perros que se escondieron donde pudieron. Se metió en la casa y buscó dos bolsas del supermercado. Una la uso de guante para levantar al cadaver por la cola y la otra se limitó a cumplir su rol de bolsa nomás, pero de manera ineficiente, ya que no pudiendo soportar el peso del bicho, se rasgó de manera tal que el tipo quedó con la manija en la mano y el resto en el piso, apenas envolviendo al gato, cuya cabeza asomaba entre el nylon. Fue en ese momento, y tras un sobrio puta madre, cuando el tipo decidió vengarse. Volvió a su casa buscó una bolsa de consorcio y otra de supermercado que hiciese las veces de guante nuevamente -no iba a usar dos veces la misma-, y completó la operación como originalmente la había planeado.

Y bueno, listo, eso fue todo, porque para qué contar sobre sus incursiones nocturnas por los techos junto con su rifle de aire comprimido, si al final no se animó a dispararlo.

Deliración 318: Si tan sólo supieras...

Y cuánto valor faltó en mi vida para acostarme con tantas otras y decirles te amos a tan pocas y emprender mis tantos viajes tantas veces prorrogados y putear e imponerme y dejar de dar lástima y tomarte la mano a tiempo y halagar tu sonrisa aquella tarde -¿te acordás?- y caminar más lejos a tu lado y reclamarte mía y echar a todos esos tantos otros que me rodearon siempre y cuánto más valor me faltó para aceptar que no era tan distinto y que ese ideal en el que me escudaba no era más que otra mentira, otra excusa, otra manera de quedarme de pie y mirando, sonriendo apenas -¿te acordás?- y amagando un no puedo, pretendiendo estar enamorado del amor puro, único e imposible: mi estirpe de caballero no ha sido otra cosa más que la manifestación más elaborada de mi cobardía, demasiado absoluta; desperdicié mis años de deseo -yo recuerdo-, para luego pasar el resto de mis días en un constante arrepentimiento a su lado... ay, y cuánto valor me hace falta para decirle simplemente: no es que ya no te quiera, mi querida mía, sino que nuestro amor ya no es suficiente.

Deliración 317: De cuando me decidí a imprimirme.-

Convencido quizás por esa confianza sin compromisos de mis terceros más cercanos y, porqué negarlo, por ese afán de ver frustradas mis pretensiones en todo terreno, presté consentimiento y di luz verde a mi voluntad de ver traducida en un formato mucho menos ecológico y un tanto más tangible a ésta, mi obra espontánea, que quién mejor que su autor para reconocer que la misma no merecería entonces mas que encontrarse en grandes cantidades entre esos cajones de ofertas de las librerías de saldo o los canjes de revistas; o, talvez con poco de suerte, siendo entregada como cambio chico en los quioscos, a falta de caramelos Alka, cuando no llegan con el vuelto. Ay, y es que tan poco vale mi esfuerzo.

Deliración 316: Tufo...

El ventiladorcito de morondanga de la computadora genera un ruido insoportable. El mate está lavado y frío. Sobre el escritorio hay una jirafa y una llama tejidas con lana, un loro de madera, un chanchito de peluche sobre un resorte y una trincheta escondida entre las biromes. Me duele la cabeza y los perros roncan a mi alrededor. Hace tres días que no puedo escribir ni una frase siquiera y estas líneas no hacen la excepción. Estoy vacío... no quiero escuchar música, no quiero ver películas, no quiero leer libros; sólo quiero escribir... necesito sacar ese algo que esta dentro mío y que no me deja seguir adelante... necesito escribirlo, pero no sé cómo hacerlo, no sé cómo abordarlo... no puedo exteriorizarlo. Y lo que más me preocupa es que talvez, y no sólo talvez, no quiera exteriorizarlo ni materializarlo ni aniquilarlo... talvez, y no sólo talvez, no quiera deshacerme de este dolor, de este vacío y de este diario no valer nada... talvez, y no sólo talvez, no quiera seguir adelante con mi vida, equivocarme a mi manera y no hacerlo sólo para contradecir a los otros... quiero escribir y no puedo, simplemente porque no me lo permito...

Deliración 314: Cuántos días pasaron ya?

Quizás por la cercanía de este adiós -cuántos días y a cuán pocos metros-, pero me resulta curioso pensar en la muerte como el único evento interesante del cual participaré en mi vida, al cual -sin embargo-, para bien o para mal, no estaré presente para atestiguarlo. A la suya asistieron en cantidades, a la mía... quién sabe... y esa duda, simplemente, me mortifica...

Deliración 313: La casa grande y sola.-

Como muchos, alquilo y nada propio tengo, ni siquiera vecinos, no son míos, no me pertenecen, son ajenos, son vecinos de la casa y por ende le corresponden a su dueño. Curiosa situación se le plantea a ésta, pobre, donde sólo efímeramente permanezco, ya que su dueño es su vecino y hoy día ha muerto. Huérfana y desamparada, echarase seguramente ella también a morir a su manera. Sin embargo, eso no me interesa. ¿Cuánta pena he de sentir por ese viejito ciego a quien trasladaba, cada tanto, de la cama a su silla y viceversa, si, de hecho, sobran dedos en mis manos para contar las veces en que charlamos? ¿Cuánto hay de propio y cuánto de ajeno en este dolor que suponemos? ¿Será la costumbre ante la presencia de la muerte o la noción que lentamente se asienta con respecto a su ausencia? Por lo pronto, sigo aquí sentado frente al teclado, abordado por esta sensación rara, confiando en que es la casa la que lo extraña, don Baena.

Deliración 312: Sobre la tarimita, al fondo del bar.-

"No sé, supongo que muchos dirán que ésta es una de esas noches mágicas... talvez lo dirán por el bando a macoña y choripán que flota por el ambiente, no sé... para mí, esta noche es una noche rara, muy rara... no sé, ustedes ahí abajo y yo acá arriba... no tiene sentido... para nada... ustedes vinieron a escuchar a unos poetas y otros letristas, y ahora, de repente, aparezco yo, solo, frente a ustedes, subido a este escenario.... bah, esto más que escenario con algo suerte califica para tarimita... igual... no importa... es todo muy raro... ustedes estarán esperando que diga algo realmente interesante o que por lo menos lea algo de lo que escribo... no tiene sentido... para qué voy a hacer algo así, si el chiste es que me lean y no que me escuchen... y mucho menos en estas condiciones... me reformulo, el chiste es que me lean mientras cagan en el baño y no que me escuchen mientras comen... no tiene sentido... están perdiendo el tiempo... no se dan cuenta? el mío ya lo perdí... y lo amortizo robándoselos a ustedes...", dijo mientras se abanicaba con su cuaderno, y no agregó nada más.

Deliración 311: Decime putita...

Con la humilde esperanza de llegar a mediados de mes, yo, argentino-nacido-en-rosario-criado-en-rafaela-estancado-en-córdoba, soltero y mantenido por concubina, acepté el encargo de reescribir basura ajena, siguiendo las pautas trazadas por un productor de contenido que se deleitaba con palabras claves explícitas y predeterminabas. Un fetiche incomprensible, el suyo; y yo, su barata putita.