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Mostrando las entradas de junio, 2010

Deliración 365: Escondido...

Escondido... soy mi vergüenza, soy lo que oculto. Frente al espejo me descubro otro, alguien maduro en carnes que hizo metástasis sobre el resto de mis sueños. Yo soy mi dinero, sólo valgo si produzco. Para la familia, silencio... y nada de tonterías...

Deliración 364: Irrelevantes y costosos...

Nada, el valor de todo, de uno: nada. Las duchas me ponen triste, eso no pasaba antes; caminar me cansa, la tele me aburre: sólo queda dormir, pero ya no sueño. Ni el sexo ni la comida; sólo la sed y el orinar. No puedo entender las convenciones ni los mecanismos. Hay puertas detrás de mis puertas, paredes más allá de las mías; todo está cercado y el aire que ya no alcanza. Vivo encerrado en esa pieza de hace veinte años atrás, escuchando los gritos mientras finjo que duermo. No somos más que un obstáculo; su fachada para el resto, pero una carga que vestir, alimentar y mantener. Somos libres de hacer lo que queramos, total no importamos. No valemos nada, sólo costamos y para eso, nosotros, la limosna, el vuelto; quizá, esperando el regreso. Aquí estamos, empero, sin siquiera saberlo, avergonzados de estar vivos y pidiendo permiso para ver apenas cómo los demás usan lo que es nuestro.

Deliración 363: El día largo.-

Y de repente todo estaba superpuesto en un mismo punto, multiplicándose desprolijamente a medida que avanzaba entre los reflejos nebulosos de su borrachera. Se detuvo, luchando por mantener los ojos abiertos y se durmió de pie, un instante apenas, pero lo suficiente como para recordarla: su espalda y el pelo que se deslizaba sobre su hombro mientras ella se volteaba. Abrió entonces los ojos para verla mejor y redescubrirla, pero la imagen se perdió entre las ramas de la cañada. Se sentó sobre el tapial de piedras, aturdido por su respiración: una sonrisa... sólo eso quedaba. Quería recuperar su memoria, la de ella... o quizá sólo saber porqué la había olvidado.

Deliración 362: Doble cero...

Tomé carrera y salté con ganas al casillero que me devolvía al principio del juego, mas ya estaba demasiado grande para sólo ser hijo. Mi mujer no era mi madre ni el cielo mi padre y no tenía porqué andar ocultando mi vicio tras las persianas cerradas. No necesitaba subsidio, sino monetizarme por mis propios medios, ser consciente de mi valor agregado y comercializarme lejos de las ferias de saldo. Tantos años esperando a ver qué decían los dados. Tanto tiempo. Hoy nadie me nombra, quizá signifique que aún no he fracasado.

Deliración 361:Todo en uno.-

Una idea para centralizar mis posibilidades y concretarlas lejos de mi aburrimiento. Ya no esperar sino buscarlas para que todos las reciban. Difundirnos, hacernos públicos, verdaderamete públicos y accesibles. Holgazanear al resto. Necesito movimiento. Monetizarme, eso sería lo correcto.

Deliración 360: Costumbres...

Siempre me llamó la atención toda esa gente que agarra los cubiertos de manera distinta a como lo hago yo. No puedo evitar mi sorpresa ni, debo admitirlo, elaborar un juicio negativo al respecto. No me pasa lo mismo con la gente que come con la mano; a menos que, por tal motivo, se cubran el rosto y los pelos con comida. Por mi parte, tengo una costumbre que, reconozco, resulta desagradable al resto de la gente: cuando tomo mate y como alguna de esas masitas de consistencia arenosa (impermeables por fuera, pero sumamente solubles una vez partidas), me meto la masita entera dentro de la boca, la parto y recién entonces sorbo el mate, para que entonces la infusión bañe el pre-bolo. En mi defensa, debo aclarar que jamás dejo migas en el pico de la bombilla, pero esos detalles de buen gusto y consideración la gente tiende a omitirlos, pues se quedan con la impresión general del acto en cuestión. "En Francia eso no pasa", me dicen; "claro que no", respondo, "mates no se ceban en Europa, pero cubiertos... cubiertos hay en todas partes del mundo".

Deliración 359: Sobre otro que escribía...

Hoy estoy determinado a contar la historia de otra persona, un otro no muy distinto al mío, mi otro, ése que escribe. Ese otro (no el mío, sino el suyo) escribía sobre sus decires, los calcaba a medida que los pronunciaba y la gente se complacía con sus negativos industriales. Poeta coloquial y conservador amanerado, caminaba repasando su aspecto en las vidrieras que se espejaban con la luz del mediodía. Entre tantos tantos, buscaba a sus otros otros y los descubría; se daban la mano, se presentaban cada cual a su manera y los encuestaba. En la media de sus esfuerzos y sus logros, trazaba la tangente de una familia y otros tantos más cuyos sueños calificaban como tales y los canonizaba y los alienaba. Los boceteaba en lápiz y los definía en times new roman 12. El avión los repartía y sus letras nos llovían durante los domingos y algunos feriados, aunque dicen que el viento se las llevaba para Río Segundo, sin que nadie supiese muy bien porqué. De su nombre, sólo nos quedó una biblioteca ambulante que muy pocos han visto. Quienes lo conocieron, alzan los hombros: "nunca le entendimos nada" dicen, "pero qué buen tipo que era".