Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas de agosto, 2006

Deliración 192: El manga y el calefón.-

"La casa se vuelve cartón con el tiempo y nosotros en la caja que fuera nuestra morada, empaquetados de por vida, o por lo menos gran parte de la misma, desaprovechamos nuestros espacios con atentados minimalistas con esta falsa ostentación oriental demasiado criolla que mezcla el feng shui y las manchas de humedad, y el sake con los carlitos. Hacemos lo que podemos", se sinceró el gordito.

Deliración 191: En una estación de servicio abandonada...

Aun con la fosas irritadas por la alergia a ese inminente cambio de clima, podía oler su pis rancio cada vez que iba al baño. Era el pis de un ser vencido que había caducado hacía tiempo ya. Sin embargo, de cuclillas en la letrina de aquella perdida estación de servicio de la ruta 34, se empecinaba en seguir vivo y orgánico, a punto de bañarse por primera vez en aquella semana y con la intención de conquistar cierta señorita de edad avanzada de quien había recibido, hacía tiempo también, tan sólo un telegrama.

Deliración 190: Recapitulando...

"Coincidíamos en altura, por lo que generalmente compartíamos el final de esas filas paralelas separadas por genero, a un brazo de distancia uno del otro, esperando ingresar al aula, ésas que, de no ser por Güemes y Paso, siempre llevaron el nombre de algún prócer intrascendente que nunca nos enseñaron, y era una de verte sonreír y hacerte reír e inventarte juegos y regalarte artesanías pobres en técnicas de papel, lana y cartón que improvisaba entre nuestros pupitres", pensaba.

Deliración 189: Vademécum de obsesiones pelotudas...

Imaginen un charco, frío o tibio o caliente, no importa, sólo imaginen un charco, playito, y en el centro, una moneda o una cadenita o un anillo o un aro, no importa, lo que sea, de metal, pequeño, diminuto, mojado... imaginen dos dedos, tres, los que sean necesarios, no importa, tratando de juntar esa moneda, esa cadenita, ese anillo, ese aro... unos dedos desnudos, rascando en piso baboso, tratando de juntar ese pedazo de metal mojado, y es la transpiración del otro en ese metal frío o tibio o caliente, no importa, y es el sudor del otro que penetra por los poros de esos dedos desnudos, y es ese metal que se oxida y se diluye cítricamente por debajo de las uñas, rasgando la piel, levantando esas uñas, arrancándolas, y ese agua y esa transpiración y ese sudor absorbido por la carne viva que asoma por debajo, ese sudor grasoso, cítrico y salado, eléctrico, y litros y litros de espeso aceite empalagando la garganta con ese horrible sabor a pila y saliva, y la piel que estalla, rechazando el cuerpo, ampollándose toda, y el aire caliente y húmedo, y esa moneda o esa cadenita, o eses anillo o eses aro, no importa, esa pieza de metal pequeño, diminuto, mojado, en la palma de la mano...

Deliración 188: Ya muy tarde...

Esa noche, ya muy tarde, la heladera se sacudió por última vez antes de quedarse profundamente dormida y nosotros, frente al televisor, comíamos: comíamos para no hablar, comíamos para no escucharnos, comíamos para no vernos, comíamos para no coger más, comíamos para darnos asco, comíamos para olvidarnos, comíamos lo que encontrábamos: mis libros, tus papeles, tus carpetas, mis revistas, nuestros cuadernos, nuestros perros, tus recuerdos, mis juguetes, nuestros pies, nuestras manos, nuestros brazos, nuestras piernas, tu torso, mi panza, tus labios, mis ojos, los tuyos... De nuestro amor, tan sólo bolos, bilis, flemas hematosas y nuestras lenguas con las cuales nos asfixiamos sin que medie acuerdo alguno, siempre tácitos los dos, luego de papilarnos tanto, no con poco cariño por cierto, pues, ay, qué sabrosa te supe al despertarse la heladera, ya demasiado temprano, aquella mañana.

Deliración 187: Tour sentimental...

Empelotudizado por su vieja esperanza de atestiguar algún carnaval carioca o, al menos, gualeguaychuense, le confiesa a su caipirosca barata y desastrosa: "Camino por la rúa de mis sueños paseando a lo turista, comprando cada tanto souvenires de mis propios anhelos para regalar a terceros; y, sin embargo, no dejo de preguntarme porqué no me arriesgo, entre tanto folleto, y me compro un lotecito para edificar mi vida, a mi manera, sin importar lo cursi y ridícula que parezca". Y no se equivocaba.

Deliración 186: Esto...

"Esto que soy y aquello que alguna vez fui, en nada coinciden con lo que en mi vida soñé, empecinado en ser distinto de mis padres, adopté sus rasgos más siniestros para conformar esta identidad indefinida y confusa capaz de proezas tales como la de ser testigo del abandono sin hacer nada al respecto", comentaba mientras repartía las cartas.

Deliración 185: Recapitulando...

"El sexo consumóse por centavos durante una pascua púber, desabrido y anticéptico, rodeado de palanganas y estampitas, por lo que la libido y el deseo se remitieron a unos cuantos rostros durante tantos años aplacados en unos cuantos baños mediante arrebatos masturbatorios, vouyeristas y de otros tantas tontas clases, mas fue un beso, ese primer beso arrebatado por un mismo género de otra especie en una plaza dada por perdida, el que definiría su verdadera vergüenza ante el apetito venéreo", pensaba.

Deliración 184: Hoy hace ya 27 años.-

Nací un miércoles a las cinco de la mañana tras tres horas de un suplicio interminable en el que mi vieja exigía le traigan un partero atorrante que jamás apareció a unas enfermeras indolentes que jamás mostraron respeto alguno por vida alguna por más que ella, mi vieja, suplicara y amenazara y puteara y apelara a la justicia terrenal y al castigo divino y a las maldiciones estrafalarias y se parara y se retorciera y se arrastrara y se encharcara y se enchastrara y se sentara en un inodoro mugriento y se dilatara e hiciera fuerzas para que yo me asomara en gárgaras vaginales y lo viera todo enmarcado por sus gambas tumefactas y venosas y su cachucha inmensa y peluda: el inodoro inmundo, las enfermeras sardónicas, mi hermano trepado a una silla, ningún perro presente y la sombra de mi viejo; y te aseguro, hermano, que, por más trivial que parezca, esas experiencias te marcan de por vida.

Deliración 183: Para todo el que pregunte...

Mi daltonismo no es una cuestión de blancos y negros, como la mayoría piensa, sino más bien de una suerte de dislexia cromática que me impide diferenciar degradés tonales de un color a otro y me anima a confundir constantemente verdes y marrones, marrones y rojos, y los violetas, magentas y fucsias (términos que escucho, mas no comprendo) son para mí azules o rosas, depende del día. Sin embargo, y esto es curioso, percibo, cada tanto, diferencias tonales mínimas como dos colores totalmente distintos, siendo que los demás, los normales, ven el mismo -esto es, uno solo-; como si se tratase de una misma canción a la que le cambian el volumen: bajito será la marcha funebre de Chopin y alto será la marcha imperial de Williams...

Deliración 182: Vademécum de obsesiones pelotudas...

Cada vez que entro a un departamento nuevo -no "a estrenar", sino uno que no conocía previamente- siento la urgencia de mirar por la ventana, por más que el dueño y/o inquilino se empecine en darme un recorrido por los distintos ambientes y mostrarme sus instalaciones; yo necesito mirar por la ventana para apreciar, por más horrible que sea, la vista. No me sucede lo mismo con las casas -donde focalizo mi atención en las cocinas y los baños-, por lo que deduzco que debe tener alguna relación con la altura, el horizonte y, porqué no, la posibilidad de dar un saltito.

Deliración 180: Nada, nada de celulitis...

"Así y todo procedí a podar el frondoso vello que circunda mi calvicie con una rata eléctrica que compré a tal efecto; mas desnudo, predispuesto a bañarme y animado por la libido, quizás, continué mi tala por la reserva púbica, sumamente intrigado y curioso, para luego comprobar que, de no ser por la barba y el sobaco, nada sexy ni erótico emanaba de ese bebé mutante que se alzaba cuan morsa en celo frente al espejo: un gran sachet de grasa, tetas y rodillas... pero qué piel de durazno, papá", dijo mientras caminaba con una pareja amiga por calle Fragueiro y su su mujer movía la cabeza avergonzada.

Deliración 179: Ése, sí, ése...

La idea era desapendizarse de su familia, por lo que persiguió un curro ideal, pero por ficticio nomás, que lo esclavizaba diariamente -en algo remotamente semejante a lo que su vocación, ofendida, le reprochaba- a cambio -el curro- de un magro reintegro en especias que destinaba a subsidiar su vida de alquileres sobrevalorados, almuerzos tardíos, meriendas inomitibles y cenas esporádicas, sin lujos ni ahorros ni gastos extras: austero por necesidad y delgado por urgencia; mas conoció niña rica, generosa en carnes, e invitola a invitarlo a cenar y hubo milanesas con huevos a caballo y demás frituras de almidón y, con llagas en las encías, fue consumado un sexo oral y público en diversas y muy variadas posiciones: preñez, parto y casamiento o cuota alimentaria. Tomen, ahí tienen; ¿quién dice ahora que no escribo finales felices?

Deliración 178: Otra imagen que tengo...

Iba a comenzar la línea con "creo que la gente nunca entendió muy bien porqué cavabamos tanto dentro de casa" como para darle forma de idea a esta imagen que tengo en la cabeza en la que mi mujer trepa desesperada por una gruesa cadena tratando de salir de un enorme pozo que se cierra lenta y terrosamente en torno a ella arrastrando a todos los muebles del living mientras alguien toca el timbre y los perros ladran emocionados por la visita, pero me dije "no, no vale la pena", por lo que mi mujer quedará sepultada entonces, sin que nadie sepa su pena.

Deliración 177: Plic-plic.-

Perfilando hacia la cama, apuntando para el lado de la mesita de luz cubierta por tazas resecas, sin borras ni destino, disimulando la borrachera por presumido nomás, arrastrándose desastrosamente en puntas de pies, ciego y nublado, sin estar muy seguro de la casa en la que se encontraba ni de la persona que dormía acurrucada entre las gruesas frazadas de esa cama matrimonial, se halló de golpe, en un instante de lucidez que duró lo que tardara en parpadear y que sólo recordaría, días después, acostado en el suelo mojado de una celda común, a la espera de ser procesado.

Deliración 176: Quién, che?

Ya no me extraña que nadie me extrañe; siempre fui bueno, pero de una bondad comedida y mediocre, intrascendente digamos; nunca salvé la vida de nadie, por ejemplo, sólo me limité dar consejos austeros, levantar ánimos transitoriamente devastados y dar aventones a tristes vagabundos ruteros. La mía es una bondad sencilla y sin pretensiones aparentes; sin embargo, resulta obvio que pretendía memoria y renombre, orgullosamente escudada en una falsa humildad que no la llevó a ninguna parte. Resulté olvidable precisamente por perseverar y mantener una conducta intachable de respeto y decoro. Por no molestar quedé fuera de recuerdo alguno; una sombra, un banco vacío, un tío lejano... nada más.

Deliración 175: Recapitulando...

"Con el propósito de hacerlo cierto y sin que medie premura alguna que envicie mi enumerado, he de partir desde el comienzo, como siempre se me ha recomendado. La primera de mis mujeres muy fácilmente pasaría desapercibida en un coloquial recuento ordinario, ya que ni siquiera fue mía en términos de amores y noviazgos -sin embargo, si tal fuese requisito excluyente, ciertamente no habría listado alguno-, sino que manifestose, a edad muy temprana, como vecina fortuita en el edificio al que nuestros padres nos mudaron. Y compartimos juegos, y compartimos baños y apenas pocos años, pero, sin embargo, los suficientes como para definir de manera insospechada lo que sería el amor desde mi infancia. Te recuerdo varonil, poco femenina y novia de otro; hermosa, cariñosa y agresiva; divertida, compañera y atrevida; a mi lado y asexuados; peleándonos y amigándonos, como toda presunta pareja", pensaba.

Deliración 174: De mi diario no valer nada y demás deliraciones apropiadas.-

Poco hay que yo imagine; la estupidez, lo ridículo y locura me rodean y yo sólo registro lo que veo a mí manera... y sólo en eso hay algo cierto: las palabras están ahí, en torno al todo, torneando y rotulando el universo de aquellos que simulamos ser lingüístropos a la espera de nuestra luna llena.

Deliración 173: Hableme de su trabajo...

Deja el grabadorcito sobre el escritorio y presiona REC. El futuro interpelado baja la vista y frunce el ceño. El otro sonríe. "No se preocupe," dice, "ésa es la gran mentira de los periodistas; es sólo una costumbre, una formalidad si se quiere; no lo usamos para nada, si no nos acordamos de algo es porque no nos importa ni nos sirve para la nota y las citas textuales las inventamos nosotros mismos, así que..." y el interpelado sonríe ante la ocurrencia y piensa en lo bien que le vendría un Martini.

Deliración 172: Las novias de sus amigos entre otras.-

Onanista patológico y cansado de no hacer nada, incurrió nuevamente en la internet tras un lapso de cuatro horas desde su última embestida. Pajero serial cuyo fetiche consistía en las mujeres cotidianamente conocidas; le excitaba la búsqueda de féminas parecidas y ya no tanto las verdaderas, o por lo menos eso se decía. Navegaba por los sitios pornográficos cuyos historiales borraba inmediatamente y no descargaba imagen alguna, sólo se detenía en aquellas que capturaran, a su modo de ver las cosas, un momento de éxtasis sincero entre aquellas tantas putas que se entregaban a sus clicks certeros. Sin prisa ni premura, una a una sus presas, semejantes a su manera, se manifestaban ante sus ojos y quedaban apartadas en pestañas selectas que repasaría una vez finalizada la cacería que sólo concluía al encontrar, finalmente, aquella que había montado en su cabeza: aquella pose y aquel momento, aquella mirada y aquel porte; y sus olores, sus sudoraciones, colonias y lubricantes; y la turgencia de sus carnes y la flacidez de sus pieles; y sus vellos púbicos, sus granos y sus lunares; y todos sus defectos tan perfectos; y sus gemidos y sus voluntades sometidas; y sus placeres y sus dolores y sus llantos y sus miedos y el orgasmo que lo encontraba a mitad camino entre la pieza y el baño. Procedía, con posterioridad y diligencia, a limpiar su alma desparramada, el fruto de sus deseos, con papel higiénico y se lavaba su miembro, avergonzado, sin siquiera animarse a mirarse en el espejo. Volvía entonces a su máquina, que lo esperaba salvaguardando ese catálogo de pestañas que, como se sabía, repasaba melancólico y desilusionado ya que, probablemente, no había sido, lo que había esperado.

Deliración 171: Con la madera de un banquito quebrado y unas tapitas de coca cola.-

Cansado de saberse tal, creó marioneta a su imagen y semejanza en un desliz de terapia semiótica; mas, cuando cortó las tanzas de sus prejuicios, sumiciones, afectos y mandatos, descubriose estrellándose cuadripléjicamente contra el suelo. Alzose a sí mismo desesperadamente y ató, entonces, los cabos como pudo, para luego dejarse colgado, en un rincón seguro, desparejo y encorvado, en una mueca de resignación perpetua.

Deliración 170: A mi querida locura mía...

Ay, y qué cierto era eso de lo que tanto se enorgullecía, pero de qué le sirvieron tan románticas y sensuales, desparramadas entre tantas y tan variados remitentes, cuando vencido el plazo de sus vidas, le embargaron su eternidad ante la insistencia de todas aquellas almas en pena que se aparecieron, una a una, reclamando tras las rejas de su infierno, la cuota prometida, esgrimiendo, como prueba fehaciente, sus propias cartas como pagarés de amor eterno.

Deliración 169: ¿Y qué hay de mí?

"¿Y qué hay del resto, de los demás, de los otros? Ellos, todos aquellos, ¿qué hay de ellos? Y no hablo de nombres y apellidos, no es una cuestión de memoria, agendas ni aprehensión cognitiva alguna, hablo de sus vidas, de sus sentires y sus dolores; hablo de la incapacidad humana de percibir el mundo más allá de nuestras terminaciones nerviosas; el resto, los demás, los otros, sólo son cuando su existencia impactan contra nuestros sentidos; sólo existen si los siento y, por ende, constituyen un universo de entidades funcionales a mi percepción, más no a mi voluntad; el universo existe sólo para sustentarme vida, mas reniego de mi calidad de testigo y me reafirmo protagonista. La vida no debe ser otra cosa más que la manifestación suprema del egoísmo. No puedo negarte la vida, pero puedo borrarte de la mía mirando hacia otro lado. ¿Y vos? Vos hacé lo que quieras", dijo y arrancó su Siambreta para luego desaparecer de esa esquina de Avellaneda y Bedoya. Ella, por su parte, eligió no dar por respondida su interrogación original y optó por recordarlo dedicándole todo su cuarto a sus fotos y a los peluches que le había regalado.

Deliración 168: Y para qué ducharse entonces?

Y fueron esos bultos que vio a través del vidrio esmerilado de la puerta del baño y que, curiosamente, seguían los movimientos de sus brazos mientras se secaba con la toalla, los que lo llevaron a plantearse nuevamente la posibilidad de hacer un gastito extra ese mes para comprarse una buena cerradura y unas trabitas para cada puerta. Afortunadamente, no hubo necesidad de gasto alguno, ya que estaban armados y, por lo que contó una vecina, venían endrogados y esos tipos te matan por dos pesos nomás.

Deliración 167: Un pelo, tan sólo.-

Un pelo -sólo un solo pelo que crece solo y enrulado desde el oído medio y asoma sólo apenas, tan solo- es a mi calvicie lo que las trenzas a mi fantasía de valentía gala e irreductible; y yo tan sólo continúo solo, sumiso, eficaz y pertinente, pidiendo permiso, por favor y dando las gracias sinceras, mirando en la ventana, sólo a veces, no la imagen del edificio de enfrente ni la perspectiva de la calle en fuga, sino el reflejo de ese pelo solo que sólo se retuerce y que crece rebelde y frustrado y que si hablara me diría, tan sólo, salta, por Tutatis, sólo salta...

Deliración 166: Remate indiscutible.-

"Bueno, pero después de todo es buen tipo", dijo ella en su afán de calmar la violenta purga que su marido llevaba a cabo en razón de su hermano.
"Pero y qué esperabas? Lo único que le faltaba es que además sea un hijo de puta también?", y la verdad es que no había manera de contradecirlo.

Deliración 165: Peatón ilustre.-

Caminaba por la calle y le señalaban; quienes le conocían, le saludaban y sin razón alguna le prestaban ayuda y se ponían a sus servicios. Él, por su parte, no sabía quién era siquiera ni qué era lo que buscaba.

Deliración 163: La razón de Cantinflas 10

"Ahora está a salvo", declaró, tiempo después, Cantinflas ante el juez que entendía en la causa, sin entender muy bien porqué lo decía, y agregó quedamente, como hablando consigo mismo en un esfuerzo por convencerse para luego guardar un silencio que no quebraron ni golpes ni picanas ni los punzones ni las violaciones que siguieron en el penal ni el llanto nocturno en su celda ni la incursión que culminó con la sábana entorno a su cuello, "sólo las feas se salvan".

Deliración 162: La razón de Cantinflas 09

En casa, con resto de nena y desinfectante bajo las uñas, Cantinflas mira a su hija, tan chiquita, tan frágil y tan preciosa, y sólo piensa en la otra, en las laceraciones que presentaba, en los moretones y las heridas, en los desgarros y la sangre y el barro y el semen y las lágrimas, tan chiquita, tan frágil y tan preciosa, y, él, Cantinflas, sin poder llorar, tragando sólo esa flema que genera su eterno resfrío, prende la hornalla y calienta el aceite en la sartén y la llama, a ella, a su hija, y le dice que cierre los ojos, que le tiene una sorpresa y que no espíe, que por el amor de dios no espíe.