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Mostrando las entradas de mayo, 2015

Deliración 468: El cliché - 14

Mi vieja nunca fue muy buena cocinera, así que la mayor parte del tiempo pedíamos comida afuera. Ahora hay mucha más variedad, pero se han perdido muchos de los sabores tradicionales; y uno (cuando vive lejos) no vuelve para encontrar lo nuevo. Esa noche pedimos fugazzeta y napolitana de Parra, y empanadas de jamón y queso de Prone; y empezamos a hablar de papá.

Papá se murió de un infarto, al igual que el abuelo. Los dos aguantaron más o menos diez días en terapia, despertando cada tanto para ver quién había venido a visitarlos; pero finalmente murieron sedados. Me recriminó a su manera el que no haya ido a visitarlo mientras estaba internado. Me dijo que había preguntado específicamente por mí, que quería verme; pero yo nunca aparecí (y eso que me habían llamado). Le dije que por ese entonces estaba pasando por una etapa difícil, que no sabía qué quería de mi vida, que me sentía distanciado del mundo, ajeno a todo. Me dijo que era un pelotudo, prepotente que me creía superior a todos los demás. Que no tenía excusas para no haber ido a saludar a mi viejo antes de que se mueriera. Le dije que probablemente tenía razón; entonces me pegó una cachetada.

"Cuánto tiempo más te vas a quedar?", me preguntó; "no sé" le dije casi en silencio. La miré, vi que me miraba aterrada (pero más que nada ansiosa) y me preguntó: "vos... vos vas a festejar tus cincuenta acá en casa conmigo?"

Le dije que no y me volví a Córdoba al otro día.

Deliración 467: El cliché - 13

Después de esa tarde, en lo único que pensaba era en salir (de dónde): estar afuera (de qué). Supuse que quería viajar, así que me volví para Rafaela.

Mi viejo ya se había muerto hacía unos cinco años (más o menos en la misma época en que alquilé la pensión); y mi vieja se había ido a vivir sola en la casa que había sido de mi abuela (la mamá de mi papá). Mi hermano se fue a vivir a la que había sido la casa de mis viejos (bah, nuestra casa), y había puesto en alquiler el caserón que se había construído (él sí cumplió la fantasía de comprar el lote y construír). Mi vieja vivía entonces más que bien con su jubilación, la pensión de mi viejo y la renta de la casa de mi hermano.

Me quedé haciendo de hijo durante casi una semana. No hablábamos mucho, me hice fama de parco a propósito, y más que nada me quedaba mirando el patio y cómo cuidaba del jardín. Yo ya no tenía jardín, nada de verde desde que me mudé a la pensión. Tantos años y no lo había notado. Reconocía la casa de mi abuela, pero apenas; mi vieja se había asegurado de hacer acto de poseción efectiva de la cosa y reclamarla propia. La pieza donde yo dormía, por ejemplo; había sido la pieza de mi viejo (hijo único) cuando chico, y ahora había dos camas en lugar de una. Era nuestro cuarto, nuestras cosas (lo que ella había guardado, lo que ella había decidio recordar de mí y de mi hermano); incluso las sábanas eran las mismas. También estaba lleno de cosas de mis sobrinos, una presencia inevitable; pero todavía estaban nuestros playmoviles, los rastis y las repisas que habíamos armado en la clase de carpintería. Arriba del ropero, encontré la caja de botines con nuestra colección de etiquetas de cigarrillos; aún con ese asqueroso olor a pucho.

Deliración 466: El cliché - 12

Mi ex es buena persona, pero está loca... bah, ni siquiera: es pretenciosa en un mundo berreta, un mundo de porquerías. No es que sea exigente ni nada por el estilo; sino que nunca va a estar satisfecha, qué sé yo... Es muy buena madre, una madraza. Se volvió a casar, creo que dos o tres años después que nos divorciamos con un abogado o un contador. No sé, el tipo se refiere a su oficina como 'su estudio'... a lo mejor es arquitecto; un boludo. Y no, no es el tipo con el que me metía los cuernos...

Al principio teníamos planes parecidos, pero porque eran muy vagos: terminar la carrera, conseguir un buen laburo, formar familia, comprar un lote, construír una casa, etc. Cuando uno empieza a concretar proyectos, empiezan a notarse las diferencias irreconciliables entre las distintas percepciones y más que nada de las distintas conveniencias. Generalmente uno apuesta al futuro y no le da bola a todos esos indicios que apuntan a una ruina inminente. Nosotros hicimos eso, más o menos durante catorce años. Separarnos fue lo mejor, aunque el juicio de divorcio fue una catarsis brutal; una purga a las trompadas judiciales. Fuimos injustos e inmorales, nos robamos y nos humillamos. Concentramos todas nuestras frustraciones en odiarnos y, al final, ella se quedó con el departamento, el auto y Brunito.

Diez años más tarde me la garché llorando en la pieza de mi pensión; la misma pieza que ella había rechazado una y otra vez, unos veinticinco años atrás; la misma pensión en la que vivía mi hijo conmigo. Terminé más que satisfecho, fue uno de los mejores polvos de mi vida. Ella? No sé... y, la verdad, no me importa...

Pensé en el boludo de su marido y en que le había metido los cuernos conmigo... mi vida es un cliché...

Deliracion 465: El cliché - 11

La segunda vez que nos robaron fue un año más tarde. La pensión estaba casi completa, y después de la experiencia con los salteños, empecé a tomar entrevistas antes de alquilar una pieza; y bueno, estaba entrevistando una chica. Muy linda, pobrecita; se asustó mucho (dieciocho años tenía).

Me acuerdo que mientras contaba de sus cosas, me dijo que era vegana. Yo me reí y le dije que yo había tenido un perro vegetariano, acordándome del Pirata empecinado en comerme las plantas del patio. Parecía una oveja de lo que pastoreaba, el desgraciado. Ahí nomás también se me vino la imagen de sus soretes trenzados en yuyos que no digería y que le colgaban del culo como llaveros de caca. Tenía que sacárselos a mano, enguantado con bolsitas de nylon o papel de diario. Que barbaro como lo que da bronca entonces, luego se recuerda con nostalgia; y la nostalgia te dispara esas relaciones que te dejan en bolas. Inmediatamente me acordé de cuando le cambiaba los pañales a Brunito, nuestro bebé... y de Romi (o Víctor), el bebé que no llegó a ser... Me sentí solo, desolado, y casi me largué a llorar frente a la chica; pero la piloteé de alguna manera.

Los choros entraron cuando salí a despedirla (nunca supe si justo pasaban por la vereda o estaban esperando la oportunidad). Se llevaron más o menos lo mismo que la otra vez, pero al final se pusieron a manosear a la chica. Yo no hice nada, me la quedé mirando: el miedo. Me miró, y vi los ojos del Pirata en uno de sus ataques, quedándose sin aliento, mirándome sin entender... Por suerte llegaron dos de los chicos que alquilaban, y los choros aprovecharon para escapar.

Obviamente, la chica no me alquiló la pieza al final... y sí...

Esa noche me llamó la mamá de Bruno, para ver cómo estaba. Le dije de juntarnos a almorzar en una fonda cerca de casa. Le conté todo y garchamos a la siesta, diez años después de habernos divorciado. Todavía no se lo contamos a Brunito.

Deliracion 464: El cliché - 10

Los salteños trajeron la joda y el ambiente estudiantil que yo extrañaba; pero al cabo de unos meses, me di cuenta de que estaba viejo. Me puse hostil, sobre todo con el pibe; porque no me podía enojar con la novia de mi hijo. Ella era tranquila, pero era chica; tenía mucha energía, nunca dormía. El hermano era un gordo bocón, un abriboca que no se sabía callar. Los eché en cuanto Bruno se peleó con la chica.

Como discutíamos seguido, el gordo forro sabía volver a la madrugada en pedo y trompearme las celosías de la puerta de mi pieza. Yo lo corría a palazos con la escoba, y supongo que se iría a pasar la noche a plaza Colón o a lo de un amigo. Al otro día venía la hermana pidiendo disculpas, y tenía que aceptarlas por Brunito; así que tenía que permitirle el ingreso al gordo de vuelta. Sí, yo me puse hostil, pero se lo tenían merecido. El correntino se fue más o menos en esa época (no sé si eso habrá tenido que ver, ahora que lo pienso).

Tiempo después nos entraron a robar por primera vez. Estabamos el gordo y yo, cada uno en su pieza, pero con la puera abierta. Entonces vimos que saltaban el tapial desde lo del vecino. El gordo les hizo frente hasta que vió que estaban armados, entonces reculó y ahí nos cagaron a palos a los dos. No se llevaron mucho porque venían cargados de lo del vecino, sólo mi laptop, el teléfono del gordo, la plata que encontraron en las piezas y, por alguna razón, reventaron contra el piso el televisor de la abuela del gato (era un Telefunken de los ochentas). Cuando se fueron, el gordo me ayudó a levantarme y me preguntó si estaba bien; no le respondí y me encerré en mi pieza llorando como un nene.

Deliración 463: El cliché - 9

Los mellizos salteños llegaron como al tercer año, y se quedaron dos. Bruno se puso de novio con la chica enseguida, ni bien llegaron. Muy linda chica, la verdad; me cuesta creer que ahora a mi hijo le gustan los varones. Bah, seguro que siempre le gustaron, no sé bien cómo funciona eso.

Él también se vino a vivir a la pensión conmigo, cuando estaba allá por tercer o cuarto año de la facultad, y ahí se quedó ahora. El optó por Diseño, pero después se metió en Publicidad. No terminó ninguna de las carreras, pero se puso a trabajar y ahora está metido en una productora. Su madre me echa la culpa a mí, ella quería el título; pero lo ve bien. Ella tomó lo de la homosexualidad como un símbolo de status casi; yo, la verdad, no sabía qué pensar. No es que yo haya sido muy mujeriego en mi vida tampoco, ni tampoco me considero un homofóbico; pero siempre tomé a los putos por locas o por tipos confundidos, como demasiado perdidos. Cómo llega un tipo a darse cuenta que le gustan los tipos? De hecho, le pregunté; pero me respondió que no trate de entenderlo, que no hay un motivo, que no hay una duda; sino una certidumbre que uno trata de esquivar. Uno no elige el sexo ni la orientación, me dijo; pero más o menos uno elige llevar una vida de mierda o no. El problema es la vergüenza, me dijo; o lo que pensarán los que uno más quiere. Me dijo muchas más cosas, y yo, mientras tanto, me acordaba de un puto que vivió en la pensión cuando eramos estudiantes.

Le decíamos Ramona, porque venía de ese pueblo de Santa Fe, pero sobre todo porque era putazo. No me acuerdo qué estudiaba, pero sé que se recibió. Me acuerdo que lo queríamos, pero lo tratabamos mal porque había que tratarlo mal. Me acuerdo que una vez al mes, más o menos, venía un camionero y pasaba la noche en su pieza. Nadie decía nada porque el macho era grandote, una bestia, y le pegaba. Pobre Ramona, alguien dijo alguna vez que el camionero era su tío.

No supe qué decirle cuando terminó de contarme, me quedé ahí sentado a la mesa frente a él; y Bruno, paciente, se quedó mirándome. Sabía que me iba a llevar tiempo procesarlo, pero yo tenía miedo de preguntarle si alguien le había hecho algo alguna vez. Mi Brunito...

Deliración 462: El cliché - 8

La abuela, la del gato, esa se quedó mucho más tiempo, y fue ella la que me incentivó para comprar la casona. Así que al cabo del año de alquilarla y de mantener la licencia, decidí negociar un despido con una indemnización suficiente como para pagar dos tercios del valor de la propiedad. Para el resto saqué un crédito que con el que llevo casi 7 años ya.

La abuela, la del gato, tenía una historia triste: el marido chupaba y apostaba demasiado, tanto que perdió la casa y se murió de sirrosis. Ella se quedó sola y se ganaba la vida cociendo, planchando y arreglando ropa vieja. Hasta apenas unos años antes era empleada doméstica, pero a esa edad ya no la contrataban más porque a la gente le daba pena hacer trabajar a una abuela (yo creo que en el fondo les daba demasiada culpa explotarla). Nosotros convenimos una reducción del alquiler a cambio de que limpiase una vez por semana.

Los hijos la ayudaban un poco, pero ella no quería ser una carga para nadie y no quería vivir con ninguno; así que por eso yiraba de pensión en pensión, hasta que llegó a la mía y ahí se quedó hasta que tuvimos que internarla. Pobre vieja, se murio el agno pasado; devorada por un cáncer inmenso que quién sabe desde cuándo tenía. Yo recién me enteré a la semana, y es que, para ese entonces, ya me había ido.

Era gorda y buena, muy buena. Hacía unos churros riquísimos, pero dejaba toda la pensión con olor a fritanga. Nunca discutimos, ni se demoró en pagar. Me ayudó siempre en lo que pudo; y, sin embargo, no la extraño en absoluto. El gato, por otro lado, me tuvo preocupado un buen tiempo porque, según me contaba Bruno, no quería comer nada.

Deliración 461: El cliché - 7

Al mes y medio se mudó un muchacho de Corrientes y una semana después, una abuela con un gato. Yo nunca había tenido gato y al principio lo rechacé un poco, pero después lo descubrí durmiendo casi todas las mañanas entre mis patas. Me encariñé, qué le voy a hacer.

El pibe de Corrientes había venido a Córdoba para estudiar Medicina, pero falló el cursillo de ingreso y se metió en Psicología para no perder el año. Eso fue como 5 años antes de venir a mi pensión (aunque todavía no era mía), ya que para ese entonces se la pasaba saltando de laburo en laburo. No tenía muchas pretensiones, y estudiaba porque lo obligaban, pero la verdad es que sus padres ya habían perdido las esperanzas. Ya no lo mantenían, pero cada tanto le mandaban cajas con comida. Me contaba que la mamá le mandaba suvenires de esa vida que se estaba perdiendo en Corrientes. El no sabía si volverse o quedarse, pero le tiraba mucho ese 'qué dirán' de volver sin título después de tantos años. Había veces que se encerraba solo en la pieza y cerraba la puerta para ahumarse en porros y tomar mates.

Él ocupó la pieza de la terraza. En ese entonces era un depósito o atelier (si uno quisiera mandarse la parte), pero la verdad que no había espacio para nada. A él le gusto por la proximidad a la terraza (supongo que por el espacio abierto). Armamos una cucheta, pero en vez de poner una cama abajo pusimos un escritorio y un armario. Ahí ya era otra cosa, y la verdad que daba gusto de verla. Todas ideas suyas; yo le decia que tendría que haber estudiado arquitectura, pero el se reía: ya no quería estudiar mas, según me decía.

Era buen pibe y se quedó como 3 años, hasta que se juntó con una piba que conoció en uno de los call-centers en los que trabajaba. Buena piba, pero no muy linda. Desde que se fue, nos habremos juntado un par de veces, pero después ya perdimos contacto y no lo vi más. No sé si habrá tenido un crío, o si se habrá vuelto a Corrientes. Vaya uno a saber qué habrá hecho ese chico.

Deliración 460: El cliché - 6

Entonces descubrí que se alquilaba la casa que había sido la pensión donde había vivido de estudiante. Fui a verla y la encontré reciclada en una casona vintage muy distinta a la casa que había sido en su antiguedad. La alquilé y fui a hablar con mi jefe para presentar la renuncia. Hacía casi 20 años que nos conocíamos, desde la facultad, y, de hecho, había vivido unos meses en mi habitación (en esa misma pensión que acababa de alquilar); por lo que teníamos una relación muy parecida a la amistad. Me convenció de no renunciar y me derivó con un psiquiatra amigo que me dio licencia por 6 meses con goce de sueldo. A él no le importaba (a nadie le importaba), el dinero venía de afuera; y yo acepté.

Cuando le mostré la casona a Bruno, me dijo que no le gustaba, y cuando le conté que mi idea era la de abrir una pensión, me sugirió que probase con un hostel; pero le dije que no, que los hostales me hacían acordar a su mamá. Me parece que eso no le gustó mucho, pero me entendió. Me dijo que si necesitaba ayuda, el podía venir de vez en cuando. Así que nos pusimos a remodelar la pensión de acuerdo a como me la acordaba, cosa de hacerla menos pretenciosa y más sencilla.

Yo ocupé la misma pieza que había ocupado con mi hermano, y por la que pasaron otros 5 pibes a lo largo de mis 7 años de inquilinato.

Deliración 459: El cliché - 5

También tenía un perro, un cuzco que había aparecido en la puerta de casa unos 7 años antes, y se estaba muriendo. Le costaba respirar porque se le llenaban los pulmones de líquido y se los drenaba con diuréticos. La prescripción del veterinario era esperar y no dejar que se exijiese demasiado. El pobre Pirata quería salir a correr por ahí, como hacía antes, pero ya no se lo permitía. Cuando tenía uno de sus ataques era una cosa de sentir esa desesperación tangible, como compartiendo la asfixia y la prisa de no llegar a tiempo a la veterinaria.

Tiró como 5 meses así, y una mañana, directamente no se depertó; murió ahogado en sus sueños. Me quedó por mucho tiempo ese (llamemoslo) arrepentimiento de no haberlo dejado salir a correr como quería. Lo mantuve con vida, pero encerrado en casa hasta que se murió sin ningún espectáculo ni tragedia. Qué sé yo, esas cosas te pegan.

Lo enterré en el patio y me puse a buscar casas para mudarme.

Deliración 458: El cliché - 4

Al principio me alquilé un departamentito en Nueva Córdoba, siguiendo la fantasía del que vuelve a ser soltero, pero (para ese entonces ya trabajaba en esa empresa que no voy a nombrar pero que queda en la ciudad empresarial) como perdía como 2 horas por día en el tránsito y la verdad es que mis compañeros de viaje mucho no me divertían. Después me mudé a Río Ceballos, así que estaba al toque del laburo, por autopista. La casa era linda, tenía un patio enorme y a Bruno le encataba. Pero con el tiempo también me aburrí. Era una abulia aglomerada por tanta costumbre y rutina.

En el trabajo realmente no hacía nada y ya hacía más de 15 años que venía sin hacer nada; era Project Manager de proyectos que se perdían en iteraciones infinitas de desarrollo, testing y feedback, y los pocos que salían al mercado resultaban obsoletos. Tanto había intentado separarme de las dependencias públicas en las que trabajaban el resto de mi familia (es curioso vivir en una casa cuyo ingresos dependen de una partida presupuestaria municipal) y, sin embargo, en ese ahora me encontraba haciendo lo mismo pero de manera privada, desperdiciando capitales extranjeros (cuando uno trabaja en una de esas empresas, uno siente que lo único que hace es esperar a que se funda o que los extranjeros se pudran y se lleven toda la plata de nuevo).

Estaba podrido, es eso.

Deliración 457: El cliché - 3

Después me puse de novio con quien me casaría, y resultó bastente cómoda (no la relación, sino ella): nada de carpas, sólo camas en habitaciones; por lo que los viajes comenzaron a limitarse a hostales, cabañitas y, al final, hoteles. Eso hizo que los costos se disparasen y los viajes pasaron a ser sólo vacaciones esporádicas y ya no parte del estilo de vida. Terminé la facultad, comencé a trabajar y presenté la tesis.

Nos casamos y a los 4 años tuvimos a Bruno, y poco después de sus 2 años perdimos a quien podría haber sido Romina (o Víctor). Calculo que por ese entonces dejamos de hablarnos y no sé cuándo habrá empezado a meterme los cuernos (la verdad que no la culpo).

Nos separamos cuando Bruno cumplió 12 años; no para su cumpleaños, pero sí para esa época (me acuerdo, porque yo ya vivía solo cuando él empezó la secundaria).

Deliración 456: El cliché - 2

Mi hermano se había ido primero, para estudiar Abogacía en Córdoba (y es que ahí habían estudiado los tíos; aparte, Rosario era peronista y eso era inaceptable para la familia); pero para cuando me tocó estudiar a mí, él ya había decidido abandonar la carrera y volverse para trabajar en Rafaela. Vivimos juntos sólo un año, compartiendo pieza en una pensión de Alberdi, y fue suficiente; no nos parecemos en nada.

Yo opté por el pragmatismo; abrí el diario en la sección Clasificados (hice lo mismo durante todo el verano antes de empezar la facu), y busqué cuál era el título que más demanda tenía: Ingeniero en Sistemas, una carrera tan vaga e imprecisa (casi tanto como el Administrador de Empresas), que básicamente servía para todo.

Me inscribí y la llevé al día, salvo por casi dos agnos, después de cursar el cuarto, en los que me dediqué a viajar a dedo para conocer primero la provincia y luego el resto del país. Nunca llegué al sur, y me quedé dando vueltas por el centro-norte (de Río Negro para arriba).