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Mostrando las entradas de febrero, 2012

Deliración 413: Lo que queda...

El velorio fue concurrido y creo que le hubiese gustado, pero hubiese preferido un poco más de maquillaje. De su generación, sólo queda un cuñado de 97 que aún va a hacer las compras solo. Los demás, decenas de sobrinos de la edad de mi viejo. "Yo también soy Brasca", me dijo uno. Luego la llevamos a la catedral y después de la misa, la llevamos a Saguier, para dejarla junto al abuelo. "A mí me entierran acá también", dijo mi viejo cuando nos volvíamos. Hoy, nos pusimos a acomodar sus cosas y descubrí que eran pocas. Debo confesar que esperaba encontrar secretos, pero sólo estaban sus recuerdos: su ropa, sus polleras, su sacos, sus chales, sus hilos, nada de lana y una sola revista de costura, muchas carteras, algunas valijas, decenas de pantuflas y sólo tres pares de zapatos, las armas de mi abuelo, su vestido de novia en una caja de acolchados, y fotos, miles de fotos de todos los miembros de la familia (y me refiero a bizabuelos, tíos, primos, sobrinos, nietos y demás aledaños) y recortes de diarios sobre todos sus casamientos, nacimientos y muertes... tanta gente que no conocimos, tantos parientes que nunca veremos, tanta sangre Brasca o Novareto que se encuentra deambulando en torno a nuestra completa ignorancia...

De repente; la familia ha perdido la memoria... hoy sólo somos nosotros.

Deliración 412: Y se murió la abuela...

Papá avisó a la madrugada, minutos después de su muerte. Decidimos dormir un rato antes de salir para Rafaela y entonces soñé con ella. Estaba apurado y entré en bolas pero con medias al departamento. Traté de ponerme un calzoncillo en la pieza de servicio, pero no pude, y salí a los saltos por la cocina. Cuando pasé por el living a oscuras y pude verla en el rincón donde debería estar el televisor. La luz azul de la noche entraba por la ventana del balcón y dibujaba su silueta y su peinado, y supe sin necesidad de verla que estaba vestida con su pollera, su remera y su saco de lana. También supe que estaba esperándome, pero preferí creer que la habían dejado sentada hasta que se hiciese la hora de su velorio. Avancé avergonzado por el departamento y pude sentir que me seguía con su mirada y en silencio. Crucé el pasillo y llegué a la pieza, su pieza, aún desnudo y apurado; y estaba como hace años: las dos camas siamesas, nuestras fotos en la pared, las mesas de luz de ellos y el olor a naftalina. Talvez yo debía dormir en mi sueño, o terminar de vestirme, quién sabe? Entonces escuché que la abuela me llamaba y me desperté sobresaltado, consciente de que sería la última vez que la escuchara...