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Mostrando las entradas de enero, 2014

Deliración 442: ACV...

Sucedió en plena guerra, una como otras tantas; pero de esas en las que de las ciudades no queda nada. Orbes de canto rodado, vigas quebradas y humo. La casa en sí era un cúmulo de habitaciones incompletas e inundadas. Despertó dentro por la luz del sol que chorreaba entre las tejas y se reflejada en unos pedazos de vidrio; brillaba atomizada e inconstante: viva. El suelo respiraba y se sacudía, el techo tocía acatarrado y escupía reboque. Los chicos lo descubrieron una mañana en la que se habían aventurado en busqueda de refugio. Les llevó poco más de una tarde comprender que no podía lastimarlos. Era sólo un cuerpo inerte cubierto de caca y pis ahumado. Vociferaba, pero no se movía; ya no podía. Ni siquiera hablar, pues ya no sabía; ni darse a entender, pues ya no aprehendía. Lloraba, lloraba mucho; quizás demasiado. El varón propuso carnearlo, pero la nena gritó y optaron por adoptarlo. Hubo que conseguir entonces comida para tres, pues que la mascota también era hambrienta; pero nunca se halló suficiente, ni se intentó demasiado. Mientras el varón salía, la nena quedaba a su lado. Lo bañó con un trapo y a partir de entonces lo limpiaba cuando fue necesario. También lo peinaba y a veces lo maquillaba con carbones de colores. Le llamaba viejo, porque lo habían confundido con el de la bolsa, el que se lleva a los chicos que se portan mal y no hacen caso. Hablaba, la nena hablaba mucho; quizás demasiado. Hablaba de un padre, una madre, juguetes y el hambre; las tormentas de bombas, la plaga de aviones, un dios enojado, una virgen madre que lloraba tanto como ella y un niño como ellos, pero que ya estaba muerto. Princesas y monstruos y fuego y la oscuridad y la noche; y los hombres malos con cascos y armas; y los hombres malos, desnudos y con perros; y los perros y la noche y el fuego. Hubo veces en las que el varón se ausentaba por días y, a su regreso, contaba historias imposibles y salvajes. Un día, finalmente, los chicos simplemente se marcharon. La guerra continuó y el viejo fue muriendo desesperadamente de hambre; rezando en su púber memoria un credo infantil lleno de terrores y culpas. Según lo habían educado los mocosos, estaba en penitencia.

Deliración 441: Matutino...

Acaricia los cardos con las yemas y decide despertarla revolviendo con el índice, pero sólo apenas. Ella sonríe y se menea felinamente. Le aparta el brazo con el talón del pie. 'Qué buscás?', pregunta. Él le quita la pierna y le pega un chirlo. Las várices bailan y se desparraman. Ella se vuelve mediodormida y se sienta para enfrentarlo. El exceso de piel se acordeona en labios gruesos e impares. Él se concentra en sus tetas entrando en celo. Hubo un tiempo en que sólo pensaba en ella, pero ahora , quizás de repente, eran muchas y la culpa lo enternece. Le sujeta el puño con el que sostiene su cuerpo y la tira contra su pecho. Le acaricia el pelo para destaparle los ojos. 'Qué querés, pesado?', murmura ella y la pe estalla con aliento a almohada y sarro. 'A vos te quiero', dice... y no está seguro si miente o sólo exagera.

Deliración 440: Algún tiempo antes...

'Sé que suena un poco prepotente de mi parte, pero eventualmente voy a garcharte', le dijo desde el otro lado del vagón. Se venían cruzando seguido últimamente y ya se habían identificado como fedigreses de la línea A incluso antes. Esa tarde iban acompañados de otras cuatro personas: un viejo, dos pibas y un flaco con auriculares demasiado grandes para su marulo. Ricardo se sonrió y retrucó: 'ya sabés, mi parada es la próxima'. 'No', dijo entonces Rubén, 'tu parada es ésta'; y se rieron cómplices ante el silencio que habían detonado.
El flaco de los auriculares se los quitó para oír de qué venía la cosa, ya que los rostros del resto le evidenciaban que se estaba perdiendo de algo. No logró entender mucho, pero la música que se destapó de sus parlantes enromantizó la velada.

Deliración 439: Tan poco...

Mientras esperaba su respuesta, acariciaba las grietas de la pantalla de su teléfono con la yema del pulgar. La textura era filosa al tacto, y le fascinaba ver esa sombra de pixeles desconcertados que se encharcaban aceitosamente sobre el historial del chat. Los caracteres e imágenes se mantenían, pero los colores se negativizaban psicodélicamente. Imaginaba que, presionando poco más que apenas, la pantalla sangraría su cristal líquido como si fuese un huevo crudo. Se le había caído la taza de café encima, ya vacía y coagulada, mientras revisaba medio dormida las actualizaciones de estado de su finita y caprichosa red de contactos, hacía apenas un par de desayunos atrás. El teléfono no tenía más de dos meses de estreno y, durante gran parte de ese tiempo, se había empecinado en mostrarlo orgullosa. Ahora sentía una mixtura de tristeza y vergüenza, ya que no podía pagar el arreglo (y de más está decir que la garantía no se lo cubría). Había conocido al muchacho en cuestión poco tiempo antes, en una fiesta de cumpleaños. Era el amigo del hermano de otro chico con el que había salido. Bailaron, tomaron y garcharon; garcharon mucho y muy bien. Bah, en realidad el pibe era mediocre en la cama, pero tenía buena previa y ella terminaba con sólo dedearla; y es que lo hacía tan bien, el desgraciado... Obviamente, tenía novia también. Ella no estaba enganchada ni realmente le gustaba, pero rara vez llegaba al orgasmo, y es que con eso le bastaba.
El pibe respondió: 'Mañana tanpoco puedo'.
Ella sonrió resignada ante la negativa e irónicamente satisfecha por el desliz ortográfico que tomó por comburente polisémico. Dejó el teléfono boca abajo y continuó trabajando. Por ese entonces era correctora de la sección de modas de La Voz e, independientemente de todo esto, renunció tres meses después.