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Mostrando las entradas de junio, 2012

Deliración 419: Magia

Parece que había bronca con el mago porque el tipo andaba con una prima de uno de los payasos. Era una nena, de unos 15 años, y ya varios la deseaban; pero el mago era entrador. Ese día habían salido a pasear por el centro en bicicleta, ella parada en el portaequipajes, con la pollerita al viento para que todos le vieran todo y el mago, aprovechando que podía manejar sin manos, le sujetaba la pantorrilla con una y con la otra le acariciaba los dedos que ella apoyaba sobre su hombro para mantener el equilibrio. Tomaron Fernet con coca y unos helados de palito; y, según cuentan los que no saben, se revolcaron en un parque con eucaliptus, cerca de la estación de trenes. Cuando volvieron al circo, ya era hora de presentar su acto. El mago se encontró con que habían escondido su cofre de trucos. Sin dudarlo, improvizó un acto mediocre y más entrada la noche salió en su bicicleta, con un cuadernito y un album de fotos. Denunció a aquellos de quién sospechaba y, en menos de una semana, todos desaparecieron.

Deliración 418: Ayer y hoy

Era otra Rafaela y nosotros éramos chicos y todavía podíamos descubrir la ciudad en la que habían crecido nuestros abuelos. La televisión se reducía a un canal de aire y creo que tres o cuatro por televisora (porque el término cable todavía no existía). Los libros y las revistas se reciclaban en los canjes y todo olia a tierra y podíamos conseguir revistas e historietas que no estaban en los quioscos. Las casas se refrigeraban a la sombra y las siestas eran nuestras. Vivíamos en bicicletas y acompañados de perros. Había casas embrujadas que no volvíamos a encontrar y otras sencillamente abandonadas y terrenos baldíos... espacio, infinito. Había árboles y tapiales accesibles a nuestra altura y nuestro esfuerzo. Hubo pesos, australes y más pesos, pero nuestra moneda eran las fichas de Cacoa. Había gomines y etiquetas de cigarrillo y figuritas y las gorras que conseguíamos tenían publicidades de Cargill. El cine nos pasaba dos películas y mientras tanto nos animabamos a expediciones a la fosa de los músicos y por detrás de la pantalla y zapateabamos durante los títulos para agregar suspenso y volvíamos con chicle en el pelo y los pantalones. Estaban los techos, por encima de los cuales podíamos recorrer la ciudad y estabamos nosotros, insoportables, planeando cómo hacer que nos dispare gomerazos el placero, o que nos persiga el loco dardo en bicicleta, o mirarle las tetas a la castaña que tomaba sol abrazada al borde de la pileta... Ahora seguimos igual, pero en otros contextos, y nos va bien, en general, pero extrañamos tanto eso...