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Mostrando las entradas de mayo, 2016

Deliración 493: Yo que vos, me vuelvo 9

Simón y su esposa discuten; discuten mucho y a los gritos. Que ya no trabaja, que no limpia, que no lava, que no aporta; Simón se ha convertido en un lastre, un gasto (aunque no tanto). Discuten en otro idioma, uno neutral y ajeno a ambos; un esfuerzo extra. Simón putea en castellano; su esposa, en su idioma de mierda. Se entienden, la bronca y la furia trasciende. Simón grita con vergüenza y se pregunta si los vecinos los oyen (ellos nunca escuchan nada, como si ninguno de sus vecinos hiciecen ruido alguno; como si no hiciecen movimiento alguno ni mirasen televisión; como si sólo se apoyasen a la pared para oírlos... oírlo a él y sus gritos). Por las noches, Simón pide disculpas; ella, nunca. Simón se acerca a ella en la cama y la abraza, llora en silencio y pide disculpas humildemente; como Simon, el perro. Ella las acepta en silencio, acariciándole el pelo que ya ha crecido demasiado. Su hija, dentro de la panza de su esposa, no patea ni se mueve ante la presión de su padre; ella también lo ignora.

Deliración 492: Yo que vos, me vuelvo 8

Simón trabaja desde casa, es diseñador gráfico; aunque hace semanas que no realiza ninguna entrega. Los e-mails se apilan y la batería de su teléfono murió hace días. Ya no usa Facebook ni Twitter, sólo Tumblr o Instangram o YouTube. Ya no lee, sólo imágenes y sonidos; y ni siquiera tanto (y ni siquiera porno). Simón trabajaba desde casa, entonces; ahora sólo permanece. Afuera hace demasiado frío; demasiado frío y la gente muere y hay demasiado odio (lo odian, Simón sabe que lo odian). Afuera hay un gran vacío sospechoso. Adentro de la casa está seguro. Adentro de la casa sólo están él, el perro, su mujer y su hija (aún más adentro y más segura). Afuera es vértigo, y se pasa horas asomado a las ventanas de la casa (siente cierto placer en ese pánico). La que está detrás de su escritorio da a la rotonda de la esquina. No tiene flores, ni plantas, ni arte; es sólo un círculo de cesped muerto en medio del cruce de dos avenidas. Más allá hay una parada de colectivo. Más acá, frente a su casa, hay un auto. El auto también es verde y pasa horas estacionado. Cuando se asoma a ventana de la cocina, Simón puede ver al auto más de cerca. Sus vidrios suelen estar empañados, y es que hay alguien (Simón lo sabe) respirando adentro.

Deliración 491: Yo que vos, me vuelvo 7

La chica resultó ser de Rotterdam, a unos 60km al oeste del pueblo; y hacía más de dos semanas que estaba desaparecida. 13 años. Estudiante de 1er año de secundaria. Delantera suplente en el equipo de hockey del Leonidas. Fuera de eso, su vida era un misterio; o quizás eso haya sido todo. Los diarios, noticieros y sitios de noticia no aportan más información que ésa y sus fotos de Facebook (la cuenta sigue abierta). Simón no la reconoce, no puede identificarla en ese cuerpo desmenuzado que se sigue manifestando diariamente en su entorno.

 

Deliración 490: Yo que vos, me vuelvo 6

Simon huele a tierra. Simón le acaricia el pelo seco y duro, como el yute; y luego se huele la mano. 'Simon huele a tierra', le dice a su esposa. 'Bañalo, entonces', le dice ella sin apartar la vista del episiodio de Downton Abbey. Ella no entiende. Simón vuelve su vista al perro y hunde sus dedos en el yute, contrae, presiona, y trata de arrancar. Simon se queja y se defiende con un tarazcón, pero se arrepiente y le lame la mano. Simón lo mira: su lengua entre sus dedos, la baba y los pelos. Se vuelve hacia su esposa y ella lo mira, inexpresiva; ni lo critica, ni lo reprime, ni lo juzga. Ella lo mira sin comprender; quizás, sin siquiera intentarlo.

 

Deliración 489: Yo que vos, me vuelvo 5

La policía insiste. Todos los días se lo llevan; lo pasan a buscar y lo montan al patrullero. Horas más tarde, lo traen; lo devuelven. Todo el pueblo lo observa cabizbajo en el asiento trasero, culpable. La policía insiste. Insiste en revivir ese momento. Simón ya no recuerda hechos, sino sus dichos. Impresiones aisladas, segmentadas. 'El sol era violeta', dice de pronto, y lo dice en ese otro idioma que todavía no domina. La policía calla. El silencio le llama la atención y alza la vista. Simón está solo en esa sala pequeña, sentado ante una mesa blanca, frente a un espejo empañado que cubre toda la pared. Descubre entonces que le ha crecido demasiado la barba en estos días.

 

Deliración 488: Yo que vos, me vuelvo 4

Simón había pasado los últimos dos años siendo el extranjero, el extraño, el otro, la sorpresa, el esposo de, el simpático, el tímido, el tierno, el pintorezco, el fetiche, la mascota... 'Te llamás igual que mi perro', le había dicho su esposa cuando se conocieron un año y medio antes; y, de hecho, todo el pueblo se empecinaba en llamarle de la misma manera: Simon (con acento en la 'i'). Ahora le miran de otra manera; aunque no puede asegurarlo, ya que tampoco se anima a mirarles. Ahora es otro, lo sabe. Siente vergüenza, siente que le reprochan todo (o por lo menos haber descubierto el cuerpo); aunque no puede asegurarlo, ya que ni siquiera le dirigen la palabra.

 

Deliración 487: Yo que vos, me vuelvo 3

El parque permanece cerrado, sellado por la franja de seguridad naranja de la policía. Simón tiene que pasear su perro por otros lares. Ya no lo suelta, lo mantiene sujeto a la correa. Es invierno, pero no nieva; hace frío, pero no tanto. Sopla viento constante y cae una llovizna lacerante. Simón no usa guantes, y de repente le aterra ver esa mano azulada e hinchada que sujeta la correa del perro. No la reconoce como propia, es ajena... y la ve podrida, gangrenosa, muriéndose a pedazos, sucia, embarrada, con las uñas rotas y desencajadas, y los dedos quebrados, y los huesos... falanges, de pronto recuerda; se llaman falanges... las falanges amarillas asomándose entre las manos podridas y embarradas.

 

Deliración 486: Yo que vos, me vuelvo 2

Simón mira a su esposa: ella duerme. Sigue el contorno de su cuerpo, se detiene en la barriga inmensa, mira a su hija aún dentro. Repasa los sucesos del día: el cuerpo, la policía, su esposa, volver a casa, la noche... el idioma, ese puto idioma; el esfuerzo inhumano por hablar ese idioma de mierda... no haber probado bocado en todo el día, no poder dormir en toda la noche... el cuerpo de la niña, los trozos de carne entre las hojas y las ramas... el barro y el olor a podrido... el ruido de las moscas y su perro... su perro masticando un pedazo de carne... ya no recuerda si se trataba de una oreja, o de unos dedos, o si fue cierto...

Deliración 485: Yo que vos, me vuelvo 1

El amo se llama Simón, su perro también; aunque se pronuncia Simon (con acento en la ‘i’), por mera cuestión locativa. El perro se escapa y desaparece en el monte que crece junto al camino. Ladra, ladra como loco. El amo le llama, pero el perro no vuelve. Su tono cambia, el amo lo nota; el perro no ladra como antes. Le llama, el perro le está llamando. El amo se decide y lo sigue; metros más tarde encuentra un cuerpo desmembrado. El perro mueve la cola, feliz porque su amo le entendió. Es una niña, el cuerpo; los pedazos, era una niña.

Deliración 484: El cliché 20

Me enteré de la muerte de la abuela, la del gato (la de la pensión, no mi abuela), cuando estaba en Dina Huapi (cerca de Bariloche); una semana más tarde. Ese mismo día comencé con el blog… como que me agarró una necesidad de trascendencia urgente. La abuela se murió sola, supongo que en una sala común de un hospital público; sola entre tantos desconocidos y tantos enfermos. Sola y sin que nadie la visite… sin que nadie sepa de ella… sin que nadie la recuerde. Inevitablemente me acordé de mi vieja, allá en Rafaela. Sé que no está sola, pero la culpa de mi distancia me hace imaginarla sola y abandonada. La abandoné, es eso; abandoné a mi vieja… y todavía no sé porqué me alejo tanto de ella. La primera palabra que se me viene a la cabeza cuando pienso en ella es ‘asfixia’, pero no sé cuánto es mío y cuánto es de mi viejo. Si hay algo que hizo mi vieja en su vida fue preocuparse por nosotros (y hablo de mí, de mi hermano y mi viejo). Preocuparse tanto que nos filtró gran parte del mundo, evitándonos problemas de los que se hizo cargo sin que nosotoros lo sepamos ni se lo pidamos. A pesar de complicarme todo y hacer de todo un lío, debo reconocer que me hizo la vida mucho más fácil; y quizás ese haya sido el mayor problema. Me preparó para su fantasía y, cuando tuve la oportunidad de de elegir, me fui para otro lado; aunque no creo que haya sido voluntad mía en absoluto. Fue más bien una reacción, un reflejo instintivo y primario: llevarle la contra.

Es una culpa particular la que uno siente por una madre (por lo menos, siendo uno un varón). No hay bronca, o no tanta; es más bien como una deuda ante un fiado cuyo acreedor nos dijo que no hacía falta pagar. Pero ni siquiera nos hizo un favor, sino que nos crió y nos quiso con locura. Es la culpa de haber sido queridos más que a ninguna otra cosa en todo el mundo… Es la culpa de haber querido tanto y luego de habernos enamorado de otra cosa. Es la culpa de meterle los cuernos a quien nos regaló la vida. Qué hija de puta… no hay forma de compensar eso.

Quise llamarle, entonces; escuchar su voz y saber que estaba bien. Escuchar su voz y confirmar que fue la vieja del gato la que se había muerto… Que ella seguía allá, en Rafaela. Pero no pude, no sé… tampoco pude escribirle un mensaje. Improvisé el blog, publiqué el primer post con unas fotos del día anterior y contando un poco de los lugares y la gente que había conocido; y después le mandé el link. Me preguntó qué era eso que le mandaba y le expliqué la idea de Bruno y cómo podía hacer para suscribirse. ‘Hermoso’, respondió ella (junto con algún que otro emoticón inconsistente). Yo respondí 🙂 como si fuese un nene…

Deliración 483: El cliché 19

La idea del blog también se le ocurrió a él. Bruno, digo… Me dijo que ya que sacaba las fotos y después se las pasaba por Whatsapp junto con las impresiones y anécdotas que juntaba durante el día, que por ahí era mejor ordenar todo en una especie de diario de viaje online y compartirlo con quien quiera leerlo. Me dijo que lo piense, que incluso podía hacer algo de plata extra si lo hacía bien o le dedicaba el tiempo suficiente. Hasta ahora no vi un mango, y tampoco tengo muchos seguidores. Me dijo que me promueva, que abra cuentas y más cuentas… pero la verdad es que no tengo ganas de trabajar. Con lo que saco de la pensión me alcanza. Prefiero tomar esto como hobby, o como terapia. Desde hace unos meses me presento como escritor, e inmediatamente dejo de ser vagabundo y me toman por bohemio. Cambia el trato; como que la gente tiene una fantasía romántica del asceta limpio que se opone directamente con el prejuicio de hippie mugriento e improductivo.

De pronto me construí este nuevo yo, pero es un personaje. Lo disfruto, pero más que nada porque es algo novedoso y distinto.

Soy un payaso…

Deliración 482: El cliché 18

En Merlo estuve parando en una pensión/hostel, pero esta vez de inquilino. En temporada baja, el pueblo es muy barato. Caminaba por los cerros y mendigaba mate a los campistas. Me cansaba a propósito y comía mal; pero dormía mucho y en cuotas. Siestas de dos o tres horas en cualquier momento del día o de la noche. Abandoné el café, pero retomé el pucho después de más de veinte años. De a poquito me fui armando de valor y decidí seguir viajando hacia mi pasado: me largué de mochilero, eso hice…

Hace poco más de un año y medio que viajo a dedo y duermo dónde puedo… Bah, tampoco me voy a mandar tanto la parte; si bien duermo mucho en carpa, cada tanto me quedo un par de semanas en algún que otro hostal, parador o pensión. Me baño seguido, eso sí; casi todos los días. Donde encuentro un baño decente, hago caca y me pego una ducha. Chateo bastante con Brunito, y con mi ex también. Creo que ella lo toma como una aventura sin complicaciones; algo tabú que le ayuda en su matrimonio y no le genera problemas… incluso me propuso eso del cyber-sexo. No sé, la cosa es que me manda fotos de ella en bolas y yo las guardo, y las miro… la miro… Tiene 49 ahora, pero está bien; hace gimnasia, yoga, pilates y no sé qué mierda más… Yo le mando fotos de paisajes (aparte de las que aparecen en el blog) que, con la porquería ésta de Instangram, parecen hasta profesionales.

Bruno me dice que podría levantar viejas por Facebook; bah, minas de mi edad, supongo… Que me promueva como gigoló errante, cosa que las viejas me inviten a su casa y me alojen… No sé de dónde sacarían mi contacto, ni cómo me encontrarían; pero, según él, seguramente existe algún grupo de malcogidas y esposas insatisfechas, no sé… Bruno se ríe; me dice que sería un buen puto.

Deliración 481: El cliché 17


Supongo que esa decepción bilateral es hereditaria. Sé que no fui el hijo que mi viejo esperaba, y él tampoco fue lo que yo suponía. Lo mismo habrá pasado entre mi viejo y mi abuelo, y lo mismo me pasará con Bruno. Aunque no, Bruno no me decepcionó… nunca me decepcionó… no sé si podría… Simplemente no lo entiendo, pero no siento decepción. Sí siento que yo le fallé, siento esa culpa; pero no sé bien porqué… Quizás por el divorcio… Quizás por dejarlo en banda tantas veces… Quizás por tener una vida aburrida… Aunque no sé si eso me afecta más a mí que a él. Yo podría haber hecho tantas cosas de manera tan diferente. Yo podría haber hecho tantas otras cosas que no hice. Yo podría haber sido otro. No sé… quizás es eso, sólo estoy decepcionado conmigo mismo… y capaz que eso es lo hereditario en mi familia… Qué sé yo, hice lo que pude… ni siquiera… hice lo que me salió… No sé, como que nunca tuve un motor… Tanta gente habla de eso de hacer lo que uno quiere, dedicarse a lo que a uno le apasiona… Creo que mi decepción entonces es ésa, no tener pasión alguna… o no haberla descubierto. No sé, me gustan las minas, garchar, viajar, comer, leer… charlar con Bruno… pasar tiempo con él… Me gusta todo eso, pero no me apasiona; bah, no sé… Nunca sentí esa pasión que venden las películas y los libros… Creo que la bronca que le tengo a mi viejo es esa, capaz: que no me haya incentivado a buscar mi pasión, que no me haya empujado… Tanta bronca y ni siquiera puedo odiarlo… Pobre tipo… Sí, eso; un pobre tipo… Mi viejo fue un pobre tipo, eso me da broca… Habrá sido feliz? No creo… Un tipo así no puede ser feliz… Yo tampoco; yo no puedo ser feliz… Soy un pobre tipo también… Qué ejemplo le dejo a mi hijo, entonces? Lo mismo, nada… Culpa, eso le dejo; la culpa que me dejó mi viejo; la culpa que yo siento… y yo qué mierda hago con tanta culpa? Qué hago? Qué puedo hacer? Qué me gustaría estar haciendo?

No sé… la puta que me parió… Soy pelotudo, eso seguro…