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Deliración 4: EL CHANCHO.-

Folletín de terror, fantasía, ciencia ficción o de lo que salga…

1.-
Metió la mano dentro del tacho de basura y sacó un chupetín. Le quitó la pelusa y la yerba reseca de algún mate al paso y se lo metió en la boca. Era de coca. No le gustaba mucho pero no era un tipo muy delicado. Chupó, le pasó la lengua y por último escupió los restos de basura que habían quedado pegados. Le chifló al perro y siguió caminando por la peatonal.
Se sentó en un banco de la plaza y se sacó las alpargatas. El perro cayó en seguida con una laucha desastrosa entre los dientes.
Algunos tienen suerte, pensó el croto y siguió lamiendo su chupetín.
A sus pies, los dedos se juntaban y se separaban.
Elongaba.
Mordió el chupetín, masticó el caramelo y tiró el palito al cantero. Suspiró, estaba cansado.
Se calzó, se levantó y cruzó hasta el bar de enfrente. Pidió unos sobrecitos de sal, un pucho y fuego.
Volvió a la plaza. A su banco. Se sentó y empezó a murmurar. Se frotó los ojos, abrió los sobrecitos y desparramó la sal en el piso. Metió la mano en uno de los bolsillos y sacó un pedazo de vela mugriento y partido al medio. Prendió el cabo con el pucho, dejó que goteara un poco de cera y pegó la vela justo en el centro del dibujo. Levantó la vista hacia el perro, le señaló unas palomas y le gritó cache. Apagó el pucho al pie de la vela y garabateó algo con las cenizas. Se metió un dedo en la nariz, hurgueteó un rato y se sacó unos mocos. Duritos y pegajosos. Un tipo que pasaba alargó la mano para darle unas monedas, así que aprovechó y se limpió el dedo en la manga del saco del tipo cuando le manoteó la limosna.
El perro volvió al rato con lo que parecía una hamburguesa con plumas. Se la quitó de la boca y la exprimió sobre la vela. La llama se elevó y después se apagó. Un pachorriento humito negro comenzó a dibujar unos filosos signos de interrogación que el perro trató de tarasconear. Le devolvió la paloma y el perro se fue contento.
Se levantó y se lavó las manos en la fuente. La sangre salió. La mugre no.
Se secó con su bombacha rotosa y se volvió hacia el banco.
Ahí, sentadito, estaba el petiso. Le había robado la paloma al perro y se la estaba comiendo.
El perro lo miraba con bronca.
El petiso sonreía.
El croto se acercó.
El olor a podrido era insoportable.


Matsuo

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