Folletín de terror, fantasía, ciencia ficción o de lo que salga…
2.-
Bien sabido es que uno nunca se debe fiar ni de demonio petiso ni de croto ocultista, así que ahí andaban los dos engendros desconfiándose el uno del otro, prestos a ventajearse ni bien alguno reculara y mostrase la hilacha.
_ Qué querés? Para qué me llamaste?_ prepoteó el petiso y un hilito de sangre le brotó desde la comisura de los labios.
El croto era un tipo de muchos piojos pero pocas pulgas y no soportaba insolencia alguna, así que lo volteó de una patada. El petiso exhaló un uf seco y cortito. Cayó al piso, tragó canto rodado y sintió los dientes del perro en su mano. Entonces soltó la paloma.
_ Éste es mi banco_ dijo el croto y se sentó.
El petiso se puso de pie, se limpió el barro colorado de las rodillas y se acomodó el sombrerito de paja. Materializó un mate y se lo ofreció al croto. Como todo demonio paraguayo postguaraní, era tan bardero como sumiso.
El croto rechazó el mate con un no parco. Se rascó la barba.
El perro salió corriendo detrás de una jauría en celo e impuso orden. Sometió.
El petiso se cebó un mate. Chupó.
El croto dejó de rascarse. Habló.
_ Qué se sabe del chancho?_ dijo.
El petiso se atragantó y todas las palomas, gorriones, cotorras y demás ratas aladas alzaron vuelo caótico y despavorido.
El petiso tosió y escupió a los pies del croto. El croto advirtió el maleficio pero lo pasó por alto, a fin de cuentas el destino del petiso ya estaba cantado.
_ El chancho?
_ Sí, el chancho…
El croto sacó su facón de plata y empezó a frotar la hoja contra la suela de goma de su alpargata.
El petiso tragó saliva, pegó media vuelta y salió corriendo. El croto levantó una baldosa del suelo, apuntó y la tiró con fuerzas. La baldosa se partió en la cabeza del petiso.
El petiso cayó.
El croto se acercó, le agarró la oreja y se la cortó con el facón. Se la guardó en el bolsillo.
El petiso chillaba y se revolcaba.
El croto se sentó en su banco. Se agachó, juntó la vela y con los pies deshizo los garabatos de sal y cenizas. Clavó el facón en el piso y lo desenterró limpito. Lo guardo, se rasco la barba y metió la mano en el bolsillo.
_ Ahora me vas a contar todo lo que sepas sobre el chancho._ dijo y empezó a estrujar la oreja del petiso.
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Bien sabido es que uno nunca se debe fiar ni de demonio petiso ni de croto ocultista, así que ahí andaban los dos engendros desconfiándose el uno del otro, prestos a ventajearse ni bien alguno reculara y mostrase la hilacha.
_ Qué querés? Para qué me llamaste?_ prepoteó el petiso y un hilito de sangre le brotó desde la comisura de los labios.
El croto era un tipo de muchos piojos pero pocas pulgas y no soportaba insolencia alguna, así que lo volteó de una patada. El petiso exhaló un uf seco y cortito. Cayó al piso, tragó canto rodado y sintió los dientes del perro en su mano. Entonces soltó la paloma.
_ Éste es mi banco_ dijo el croto y se sentó.
El petiso se puso de pie, se limpió el barro colorado de las rodillas y se acomodó el sombrerito de paja. Materializó un mate y se lo ofreció al croto. Como todo demonio paraguayo postguaraní, era tan bardero como sumiso.
El croto rechazó el mate con un no parco. Se rascó la barba.
El perro salió corriendo detrás de una jauría en celo e impuso orden. Sometió.
El petiso se cebó un mate. Chupó.
El croto dejó de rascarse. Habló.
_ Qué se sabe del chancho?_ dijo.
El petiso se atragantó y todas las palomas, gorriones, cotorras y demás ratas aladas alzaron vuelo caótico y despavorido.
El petiso tosió y escupió a los pies del croto. El croto advirtió el maleficio pero lo pasó por alto, a fin de cuentas el destino del petiso ya estaba cantado.
_ El chancho?
_ Sí, el chancho…
El croto sacó su facón de plata y empezó a frotar la hoja contra la suela de goma de su alpargata.
El petiso tragó saliva, pegó media vuelta y salió corriendo. El croto levantó una baldosa del suelo, apuntó y la tiró con fuerzas. La baldosa se partió en la cabeza del petiso.
El petiso cayó.
El croto se acercó, le agarró la oreja y se la cortó con el facón. Se la guardó en el bolsillo.
El petiso chillaba y se revolcaba.
El croto se sentó en su banco. Se agachó, juntó la vela y con los pies deshizo los garabatos de sal y cenizas. Clavó el facón en el piso y lo desenterró limpito. Lo guardo, se rasco la barba y metió la mano en el bolsillo.
_ Ahora me vas a contar todo lo que sepas sobre el chancho._ dijo y empezó a estrujar la oreja del petiso.
Matsuo
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