Primero sintió que lo estaban observando desde la ventana. Después oyó las voces bajo la cama. El techo y las paredes comenzaron a acercarse. El aire en su boca se volvió húmedo y cálido, y frío y seco en su garganta. Se meó encima y se ahogó con sus llantos. A pesar del calor, se cubrió con las frazadas. Entonces sintió como una inmensa mano se deslizaba por debajo de la sabana como si fuese una manga. Recordó la mano de su abuela, arrugada, pegajosa y helada, con ese anillo espantoso con el que temía atragantarse cuando chico.
Matsuo
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