Ir al contenido principal

Deliración 40: Juan Carlos.-

Juan Carlos era petiso, chiquito… minúsculo. Tan chiquito que cabía en los bolsillos y hasta en las cajitas de los cigarrillos. Como comer, comía poco, apenas unos granos de arroz y un par de arvejas en el almuerzo, las migas embadurnadas en mermelada o dulce que encontraba sobre la mesa eran su merienda y algún dado de queso o un pochocho o un maní le bastaba para una picadita. Eso sí, todas las noches se comía una costeleta. Era gordo, gordito, bah… redondito como una pelotita de ping pong… y además borracho. Cómo le gustaba chupar a ese Juan Carlos. Me acuerdo que se agarraba unas mamúas bárbaras y se mandaba unos destrozos en la jaula del hámster de los chicos que ni te cuento. Era agresivo. Chupado o sobrio, no importa… era agresivo igual. Un tipo muy resentido, sabés? Saltaba por cualquier cosa. No se podía hablar con él. No razonaba, gritaba. Por las noches lloraba, pero si te acercabas para ver como estaba, te puteaba. Él era así. Y el que siempre cobraba era el pobre hámster, hasta que un día se pudrió y se fue. Entonces la cosa se puso peor. Juan Carlos lo rompió todo. Los platos, las tazas, los juguetes de los chicos… hasta los adornitos esos de mierda que tenía mi mujer arriba de la repisa aquella rompió. Se subió y los tiró todos a piso. A la noche no nos dejaba dormir y al mediodía o a la tarde nos desenchufaba el televisor. Se volvió maldito. Ya no lo aguantábamos más, y mirá que yo tengo paciencia, eh, pero cuando me pudro, me pudro. Así que agarré y lo pisé. Sí, lo pisé, qué querés? Me tenía podrido. En casa nadie me dijo nada, ni siquiera los chicos. Por las dudas les compramos otro hámster, no? Les dijimos que era el mismo de antes, que había vuelto. No sé si se lo habrán creído, pero por lo menos nunca dijeron nada. Y de Juan Carlos no se habló más en casa. Viste como son los chicos que se olvidan rápido de las cosas. Lo único, sí, es que no pudimos sacar la mancha de la alfombra. Y mirá que la cepillamos, eh?

Matsuo

Comentarios