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Deliración 45: Manos manchadas.-

_ ...de un rubio casi canoso y manos manchadas.
La descripción era tan vaga como exacta. Había sucedido una mañana húmeda y calurosa en uno de esos barrios perdidos con pocas paradas de colectivos. Un barrio triste, mecánico y resignado a la monotonía de unas pocas dependencias públicas, un par de oficinas, sin fábricas, y con remises estacionados en torno a la plaza con las puertas abiertas y remiseros asomados, sentados con los pies sobre el cordón de la vereda y los ojos perdidos en el canto rodado. Qué pasó con certeza nunca se supo. Todos los oficiales y fiscales asignados a la investigación se suicidaban al cabo de unos meses lejos todavía de descubrir la verdad.

Fue un comisario de apellido Moreno, cuatro años más tarde, quien quemó el expediente y decidió cerrar el caso. Pidió el traslado y terminó sus días en un pueblo tranquilo, entre Buenos Aires y Santa Fe. Pasó quince años sin dormir. Murió en noviembre, un domingo, como otros tantos ese día, todos desparramados por la calle principal, con los ojos desgarrados, el rostro defigurado, de un rubio casi canoso y manos manchadas.

Matsuo

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