Fernando no era muy petiso, pero sí gordito y morocho, de pelo largo, con ese aspecto folklórico fashion bastante pulcro; de un caminar recto, erguido y siempre sacando pecho y culo. Todas las noches se pedía algo a la pizzería de la esquina por el sólo hecho de ver al pibe que le traía el pedido, rolinga mugriento de San Francisco, desganado y roñoso. También le gustaba el pelado grandote de la torre uno, ese que tenía un perro pavote y hocicudo. Sin embargo, Fernando era hombre de un solo hombre, René, quien, por su parte, era hombre de muchos hombres y mujeres, un viajante errabundo, dandy dicharachero, que recorría todo el país repartiendo drogas, medicamentos, anotadores, calendarios y lapiceras estrafalarias a médicos aburridos. Hacía casi un mes que no se veían, y como René llegaba el sábado, el lunes Fernando empezó un régimen de calditos, ensaladas y comidas livianas, cosa de cagar más bien líquido y andar estrechando el diámetro del esfínter. Según Fernando, nada mejor para un reencuentro que un culito mimosón bien ceñido.
Matsuo
Jaaaaaaaaaaaaa... vuentos de putos... nuestra especialidad, chiquito.
ResponderBorrarJason Dios
quiero mas cuentos de putos
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