Abrió la puerta del baño y apareciose envuelto por un vapor tangible y neblinoso, exaltando esa pelirrojicidad radioctiva, atomizada en una constelación de pecas amuchadas en cachetes, espalda y brazos; desnudo, con la toalla en la mano y las patas mojadas, juntando pelusa de la alfombra mugrienta; atolondrado y depresurisado por la diferencia barométrica entre una habitación y otra; tambaleándose, cayéndose... manoteando una silla para mantenerse en pie, con el perro lamiéndole el agua de las pantorrillas, estirando la mano para agarrar el teléfono que se había vuelto doble, difuso y lejano, pero que, sin embargo, no paraba de llamar.
Matsuo
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