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Deliración 97: Una mina celosa.-

Celosa de las caricias de su propia sombra sobre el pecho de su amado apagó la luz de un manotazo y descubrió que sus caricias, las de él, recorrían de memoria una silueta que no era la suya, la de ella, y prendió la luz y lo encontró con los ojos cerrados y sospechó de una fantasía que no la incluía y comenzó a los gritos y a los cachetazos y a los arañazos y revoleó libros que no hablaban de ella y pateó discos que no cantaban su amor y destrozó fotografías que no la mostraban sólo a ella, tazas y vasos en los que se habían posado otros labios y platos que habían servido a otras, y arrancó ese inodoro en el que se habían sentado quién sabe cuántas atorrantas y lo arrojó por el balcón junto con las masetas, las plantas, la bicicleta y el perro ese espantoso, que estallaron en esa misma vereda en la que había despedido a tantas turras. Cuando por fin se calmó, lo descubrió atravezado por cuchillos, tenedores, cucharas, tres controles remotos, dos cepillos de dientes y un cable de teléfono que lo amatambraba marionéticamente en un rincón del living, desangrado y exhibiendo sus órganos sin vergüenza, con el rostro contraído por un terror tal que no pudo evitar abrazarlo, besarle la frente y perdonarlo.

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