Adentro, los gatos masticaban un cadáver hinchado y verdoso, envuelto en una alfombra sintética de color gris.
Más allá, en la avenida, los dientes postizos de una viejita atravesaban el parabrisas de un Duna.
A unas cinco cuadras, él, en su departamento vacío, se quedaba sin ideas.
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