Miraba sin ganas, tendría cerca de cuarenta años y estaba aburrido.
Sintió que lo llamaban y se dio vuelta. Era el pibe, que ya no sabía qué hacer, que no lo podía hacer hablar.
Miró al pibe a los ojos. Se resignó y bajó la vista. Le dijo que no se preocupara, que ya iba a ir él.
Se volvió hacia la ventana. Del otro lado, la ciudad ya se había ido.
Dio media vuelta y avanzó hacia la puerta. Se quedó unos instantes bajo el umbral como para darle más dramatismo al asunto, se aclaró la voz y entró en la habitación.
Le hizo señas al pibe para que se fuera y avanzó hacia el rincón.
Le quitó los trapos, lo alzó demostrando sus fuerzas y le hizo cosquillas.
El enano vomitó y se sacudió, pero no dijo nada.
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