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Deliración 121: Un tipo enamorado.-

Las líneas de su mano le habían prometido un amor febril, impar e imperecedero que el destino se empecinaba en ocultarle, pero que, sin embargo, ella perseguía, enamorada de la idea de enamorarse algún día, mientras pasaba su vida en esquinas de todo el país, manoteando siniestras ajenas, leyendo tristes presagios y prometiendo fortunas exóticas a cambio de sólo dos pesos y algún que otro puchito como ese Marlboro Lights asqueroso que cayó sobre las baldosas descoloridas de Rondeau e Yrigoyen una tarde de marzo en que la providencia le abofeteó la cara y la dejó boquiabierta al encontrar su propio destino en las manos de otro, un lungo morocho con cara de salame y buen tipo, triste, muy triste, que no dudó en cortárselas y entregárselas como recuerdo, sabiendo lo mucho que para ella significaban y lo poco que a él le servían. Su mujer había muerto y él había decidido que ya no acariciaría ningún cuerpo ajeno. Esa sería la primera de muchas mutilaciones que, con el tiempo, acabarían, inevitablemente, con su vida y, así también, con su angustia; y que, con mucha paciencia y dedicación, ella recolectaría, coleccionaría y conservaría escabechados con formol en diecisiete tarros grandes de mayonesa que almacenaría en una repisa de madera en su habitación del Cerro las Rosas, mientras se acostumbraba a la idea de pasar el resto de su vida postrada en su cama con tifus y malaria.

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