Tiene los ojos cerrados y hace fuerza para no espiar y no reírse. El nene está frente a ella y la mira. Duda. Se acerca, sonríe y la besa. Inmediatamente se echa hacia atrás y se encoge de hombros, como escondiéndose en sí mismo. La nena abre los ojos y sonríe. Lo mira, se miran y se ruborizan. Pero ella no se enoja. Se ríen; primero él, después ella. Se acerca y lo besa. Se ríen, se abrazan y se besan. Veintitrés años después se cruzarán un día en la calle y no se reconocerán. Él soltero, ella divorciada; se sentarán uno al lado del otro en un colectivo verde y rojo. Pensarán en ellos, cada uno a su manera, sin siquiera recordar sus nombres. Él bajará en Colón y Neuquén, y ella seguirá hasta Pedro Zanni. Volverán a encontrarse en el Hospital de Urgencias, otros veinte años más tarde, inconscientes y desmembrados, en camillas paralelas. Morirán juntos sin siquiera sospecharlo. A partir de entonces, saldrán a jugar, a la hora de la siesta, entre los enfermos de cardiología y se besarán a escondidas, todas las noches, en un armario cerca de pediatría.
"Bienvenido todo aquél que en calidad de tal permaneciere lejos; pues que de acercarse sería éste y no aquél, y como tal molestaría."