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Deliración 136: ¿Y para qué ponerle título si es malísimo?

Por más que pasaran los años y sus fatos se transformaran en novias y sus novias en esposas y sus matrimonios devinieran en divorcios, separaciones o viudeces, y los chicos nacieran, crecieran, hincharan las pelotas, demandaran cuotas alimenticias o lo putearan por teléfono, cada tanto seguía tropezando, un poquito sin querer otro poco a propósito, con una de esas cartas o alguna que otra de esas fotos que tenía desparramadas y escondidas entre libros, revistas y papeles, dentro de cajas y cajones, debajo de almohadones, detrás de sillones y estanterías y también sobre la cama, y se seguía martirizando con el recuerdo de aquella que tanto le prometió y que, sin embargo, una nochecita, en una plaza que ahora era un edificio de siete pisos, cuando tenían sólo trece años, lo dejó abandonado y a su suerte, huérfano de un sueño, de sus curvas, de sus labios, y de su sonrisa.


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