En una de esas casualidades casi cinematográficas, un tal Juan Carlos pateó un cascote en la esquina de Brandzen y Castro Barros. El cascote esquivó varios autos, pero terminó debajo de la rueda de una Ford Ranger gris que lo pisó de refilón y lo disparó contra el ojo de un tal Juan José que venía caminando por la vereda de enfrente. El cascotazo le hundió el pómulo y la órbita y le destrozó el globo ocular que se salpicó sobre unas Cosmopolitan y unas Para Ti que estaban en el estante del medio del quiosquito de revistas sobre el que se derrumbó gritando como un loco sujetándose el rostro con sus manos. Cinco minutos después salieron un par de policías de la seccional que queda al lado del estacionamiento y, tras abrirse paso entre la muchedumbre de curiosos, cargaron a Juan José en brazos y se lo llevaron a la guardia de la ex Casa Cuna. Juan Carlos, por su parte, se quedó mirando cómo se lo llevaban. Se volvió y a su lado descubrió a una morocha de remera blanca y pantalón de jean. “Pobre tipo”, le dijo Juan Carlos y la morocha asintió nomás.
"Bienvenido todo aquél que en calidad de tal permaneciere lejos; pues que de acercarse sería éste y no aquél, y como tal molestaría."
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