Humillado por costumbre, a punto de decir basta y con el dedo acariciando la concavidad del gatillo, con la mirada perdida en un destino en el que orgulloso y dueño de sí mismo pegaba el grito en el cielo, ponía los puntos sobre las íes, renunciaba y abandonaba a su esposa y a sus compañeros y a sus amigos y emprendía un viaje victorioso hasta la esquina donde se prendía un pucho y le guiñaba el ojo a una morocha fea y oportuna y se iba con ella y con ella se quedaba toda la tarde y la noche y la mañana del día siguiente y despertaba contento y satisfecho y entonces estornudó y la saliva y el moco se mezclaron con la sangre y los sesos y algunos huesos que empaparon esa ilusión que se desvanecía en una neblina de pólvora y pedos de perro.
"Bienvenido todo aquél que en calidad de tal permaneciere lejos; pues que de acercarse sería éste y no aquél, y como tal molestaría."
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