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Deliración 162: La razón de Cantinflas 09

En casa, con resto de nena y desinfectante bajo las uñas, Cantinflas mira a su hija, tan chiquita, tan frágil y tan preciosa, y sólo piensa en la otra, en las laceraciones que presentaba, en los moretones y las heridas, en los desgarros y la sangre y el barro y el semen y las lágrimas, tan chiquita, tan frágil y tan preciosa, y, él, Cantinflas, sin poder llorar, tragando sólo esa flema que genera su eterno resfrío, prende la hornalla y calienta el aceite en la sartén y la llama, a ella, a su hija, y le dice que cierre los ojos, que le tiene una sorpresa y que no espíe, que por el amor de dios no espíe.

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