Soñó una noche con dos perros rabiosos, abotonados y salvajes, uno encima del otro, mordiéndose y desgarrándose, sin poder distinguir cuál empernaba a cuál, cubiertos de sangre, baba y mugre, estallando en espasmos violentos, revolcándose convulsivamente sobre los cascotes, los vidrios y el yuyo, violándose, muriendo cada cual a su ritmo y gozando, talvez, a su manera. Él, como espectador onírico, había sido testigo de milagros y portentos, pero nada lo sorprendía tanto como encontrarse cada tanto con un perro subido a un techo o durmiendo acostado sobre una alfombrita arriba de un tapial.
Soñó una noche con dos perros rabiosos, abotonados y salvajes, uno encima del otro, mordiéndose y desgarrándose, sin poder distinguir cuál empernaba a cuál, cubiertos de sangre, baba y mugre, estallando en espasmos violentos, revolcándose convulsivamente sobre los cascotes, los vidrios y el yuyo, violándose, muriendo cada cual a su ritmo y gozando, talvez, a su manera. Él, como espectador onírico, había sido testigo de milagros y portentos, pero nada lo sorprendía tanto como encontrarse cada tanto con un perro subido a un techo o durmiendo acostado sobre una alfombrita arriba de un tapial.
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