Tenía frío y siempre estaba transpirado.
Tenía los pulmones llenos de esputo reprimido y los sentía pesados como dos sachets de mercurio que presionaban sobre su pecho y le aplastaban el abdomen y las tripas.
El agua le raspaba la garganta y, como le picaba, se rascaba con la lengua. La retorcía y estiraba hasta donde llegara, ahí, cerquita de la epiglotis. Entonces comenzaban las arcadas, y cada tanto, vomitaba. Como comía poco, muy poco, sólo vomitaba bilis y agua, ese agua que raspaba.
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