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Deliración 285: Un tal Sutano - Parrafo 11.-

Los pibes retrocedieron unos metros nomás y volvieron a sentarse uno al lado del otro. Carcacha se descolgó la gomera y le dijo al otro, el petiso, que le suministrara cascotitos o lo que encontrase a mano. Frente a ellos, un hemipléjico con navaja y un gordo semiconsciente se trenzaban en una rosca perezosa y desanimada. La hoja del cuchillo iba y venía, acuchillando poco y cortando algunos dedos. Había mucha baba de por medio, por lo que las bestias no tardaron en quedar embarradas con ese barro rojizo del polvo de ladrillo. Carcacha por su parte cargaba, apuntaba y disparaba. Cada tanto pegaba y cada tanto erraba. El otro, el petiso, siguió revisando el bolso hasta que por fin encontró, en un falso fondo, una bolsa con chupetines. Sin saber muy bien qué hacer y actuando por puro instinto, partió el adorno egipcio en la sabiola de Carcacha que se lo quedó mirando sin entender muy bien lo que pasaba. Se frotó la cabeza con una mano y se sintió pegajoso y calentito. El otro, el petiso, sin comprender tampoco lo que había hecho, se quedó a su lado con la bolsa de chupetines abrazada a su pecho. Carcacha se largó a llorar de a poco y despacito, dejando escapar un i agudo y asmático que se fue perdiendo a medida que el rostro se replegaba sobre sí mismo contrayendo todo el cuerpo del pibe en una bolita de unos cuarenta centímetros de diámetro. El otro, el petiso, salió corriendo con su tesoro. A pocos metros, el gordo semiconsciente recuperaba la conciencia y el aliento apoyado contra un tacho de basura quemado con la mirada fija en el triste espectáculo que le ofrecía el hemipléjico que respiraba agitado tirando manotazos erráticos al aire tratando de agarrar el puñal que asomaba sobre su pecho. Murió Soletti desangrado, sin sentir nada, como si se hubiese quedado dormido. Brascovich, por su parte, se levantó minutos más tarde, no del todo recobrado por cierto, y avanzó hacia ese nudo de pies y brazos que era Carcacha. Estiró una mano enorme y lo alzó de los pelos.


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