El pis de los perros sobre las baldosas del patio había adquirido una viscosidad cocacolezca que se adhería a las suelas de sus pantuflas espolvoreadas por ese acerrín sintético que se llevaba el viento. El serrucho descansaba sobre la tabla de fibrofácil y sus brazos colgaban exhaustos y acalambrados por debajo del nivel de la silla. Se había propuesto hacer una maceta de madera forrada en papel adhesivo para protegerla de la humedad de la tierra y la lluvia. La idea era poner un poco de tierra y algo de césped para que los perros cagaran y mearan ahí y no por todo el patiecito del departamento. Sabía que era una solución temporal y que, tarde o temprano, aquella maceta se pudriría, pero no le importaba. Cada tanto se inventaba una tarea estúpida para rellenar el vacío de su vida.
"Bienvenido todo aquél que en calidad de tal permaneciere lejos; pues que de acercarse sería éste y no aquél, y como tal molestaría."
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