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Deliración 302: Y van 29...

El pis de los perros sobre las baldosas del patio había adquirido una viscosidad cocacolezca que se adhería a las suelas de sus pantuflas espolvoreadas por ese acerrín sintético que se llevaba el viento. El serrucho descansaba sobre la tabla de fibrofácil y sus brazos colgaban exhaustos y acalambrados por debajo del nivel de la silla. Se había propuesto hacer una maceta de madera forrada en papel adhesivo para protegerla de la humedad de la tierra y la lluvia. La idea era poner un poco de tierra y algo de césped para que los perros cagaran y mearan ahí y no por todo el patiecito del departamento. Sabía que era una solución temporal y que, tarde o temprano, aquella maceta se pudriría, pero no le importaba. Cada tanto se inventaba una tarea estúpida para rellenar el vacío de su vida.

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