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Deliración 313: La casa grande y sola.-

Como muchos, alquilo y nada propio tengo, ni siquiera vecinos, no son míos, no me pertenecen, son ajenos, son vecinos de la casa y por ende le corresponden a su dueño. Curiosa situación se le plantea a ésta, pobre, donde sólo efímeramente permanezco, ya que su dueño es su vecino y hoy día ha muerto. Huérfana y desamparada, echarase seguramente ella también a morir a su manera. Sin embargo, eso no me interesa. ¿Cuánta pena he de sentir por ese viejito ciego a quien trasladaba, cada tanto, de la cama a su silla y viceversa, si, de hecho, sobran dedos en mis manos para contar las veces en que charlamos? ¿Cuánto hay de propio y cuánto de ajeno en este dolor que suponemos? ¿Será la costumbre ante la presencia de la muerte o la noción que lentamente se asienta con respecto a su ausencia? Por lo pronto, sigo aquí sentado frente al teclado, abordado por esta sensación rara, confiando en que es la casa la que lo extraña, don Baena.

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