Sus miembros se sacudían, de manera independiente, atados a esa corta columna de escasos treinta centímetros de largo que se retorcía sobre el pecho de su madre que la sujetaba para que no se cayera, ella, tan chiquita, tímida y simpática, sin poder caminar ni arrastrarse ni comer ni tomar ni hablar ni abrazarte, cumpliendo cuatro años, esperando a la ambulancia, sin sospecharlo siquiera, ni ser consciente de su condición, de su estado, de su abuela que se iba en lágrimas frente a ella, de su hermano de diez años que debía hacerse cargo de su vida, asustado, con los bolsos, esperando -siempre esperando-, ni de su madre resignada a amar tanto sufrimiento y a esa sonrisa láctea y a esos dientes separados y a esos ojos inquietos y a ese cabello permeable y transpirado y a esa pequeña muerte que crecía por dentro y que hacía eco en sus sueños.
"Bienvenido todo aquél que en calidad de tal permaneciere lejos; pues que de acercarse sería éste y no aquél, y como tal molestaría."
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