Recurríamos a la televisión para ocultar el silencio de la tarde cuando descubrimos una guitarra que cuerdeaba a unos cuantos tapiales de distancia. Era una melodía sencilla y muy mal ejecutada, y, sin embargo, nos atrapó de modo tal que nos encontramos de pie en el patio, mirando por los techos, persiguiendo nuestro enajenamiento. Vi a mi mujer a un costado, le convidé un mate que rechazó por amargo y nos pusimos a charlar. Nunca me interesó demasiado la música, aunque me hubiese gustado aprender a tocar el charango. Mi mujer, por su parte, cantaba muy bien y muy variado, y nunca entendí muy bien porqué nunca le prestó demasiada atención a ésa, su otra vocación. La guitarra calló y nosotros con ella. Se había hecho tarde de pronto y no sabíamos qué íbamos a comer. Volvimos a la casa, prendimos la hornalla y buscamos algo para matar nuestro tiempo muerto, pero la programación del cable que no pagamos no tenía nada que brindarnos.
"Bienvenido todo aquél que en calidad de tal permaneciere lejos; pues que de acercarse sería éste y no aquél, y como tal molestaría."
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