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Deliración 353: Mis vecinos...

Tita es nuestra vecina, tiene setenta y largos, y vive del otro lado de la tapia. Su marido es más grande, más viejo, o, por lo menos, eso parece. Nunca nos dijo su nombre. Se la pasa sentado en el patio, de bajo de una sombrilla. Ya no puede caminar sin ayuda, se cae constantemente y, cuando eso sucede, Tita me grita por el patio para que vaya a ayudarla. Lo levanto fácilmente, no pesa mucho, pero para ella esto es imposible. Siempre me dice que su marido está clavado al piso, y él se muere de vergüenza. Hubo una época en la que se lo llevaban diariamente para que lo sometan a diálisis, y cuando se caía, se le abrían las incisiones y heridas, y el pobre abuelo quedaba tirado en el piso todo cubierto por su propia sangre. Tita está cansada, se le nota en la cara; tanta tristeza y desesperación. A fines del año pasado nos trajo un postre de merengue, supongo, como muestra de agradecimiento. No hacía falta, le dije en ese momento, pero me lo comí con gusto -a mi mujer no le gusta el merengue... a mí tampoco, pero yo soy un cerdo-.

Tita tiene una perrita, Luna. Luna vive al frente, por puro gusto nomás, y se la pasa ladrando a la gente que pasa por la vereda. Tita y Luna discuten todos los días, pero la última palabra la tiene la perrita. No sabemos si tienen familia. Sólo ellos y su perrita.

Cada tanto, hay días en los que tanto Tita, su marido y Luna guardan silencio... y uno no sabe qué pensar...

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