_ Y qué sé yo... yo no podré ordenar mis ideas, pero las ideas de los demás sí... todo lo que sea para los demás no tengo ningún problema: el problema es cuando tengo que hacer algo para mí, no?
Sonó el timbre y otro de los psicólogos que compartían ese departamento atendió el portero eléctrico. Traté de escuchar la conversación pero no pude. En la pared descubrí un cuadro chiquitito de una ventana cubierta de madreselvas y de repente me acordé de los cuadros que colgaban de la sala de la casa de calle Pueyrredón, allá en Rafaela: uno de un zaguán cubierto de enredaderas y tres grabados de Juan Arancio. El del pibe con el perro bajo la lluvia era mi favorito. De repente me acordé de la música y del sillón de cuero, y me volví hacia la ventana para buscar a Córdoba del otro lado. Entonces elaboré mi tesis:
_ Mi problema es que no puedo producir nada para mí.
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