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Deliración 389: La rusa 3

Afuera disparaban a sus perros y arremetían contra la puerta del frente. Los impactos del ariete eran precisos y contundentes. Dentro de la casona, las armas estaban cargadas y las bandoleras repletas de cartuchos. El ruso le alcanzó un revólver a su mujer y se quedó un instante mirando a su hija que lloraba en silencio. Esbozó un gesto que bien podría haber sido una sonrisa de despedida y dio media vuelta. Se guardó otro de los revólveres en uno de sus bolsillos, se colgó el rifle a la espalda y avanzó empuñando su escopeta por el pasillo. Kozinsky abrió apenas las celosías de una de las ventanas en llamas y descargó dos cartuchos del 12 sobre una silueta sorprendida que se sacudió despedazada. El ruso se volvió entre los gritos del otro y corrió por el pasillo justo cuando alcanzaron a abrir la puerta del frente. Las sombras se recortaron del fondo de la noche y se escondieron detrás de los varios marcos y umbrales del zaguán. Kozinsky disparó por el pasillo y las botellas de kerossene comenzaron a estallar dentro de la casa. El ruso quitó la barra de hierro que trababa las celosías de la la ventana de la cocina y saltó a la descuidada oscuridad de un patio lleno de espinillos y yuyos crecidos.

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