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Deliración 418: Ayer y hoy

Era otra Rafaela y nosotros éramos chicos y todavía podíamos descubrir la ciudad en la que habían crecido nuestros abuelos. La televisión se reducía a un canal de aire y creo que tres o cuatro por televisora (porque el término cable todavía no existía). Los libros y las revistas se reciclaban en los canjes y todo olia a tierra y podíamos conseguir revistas e historietas que no estaban en los quioscos. Las casas se refrigeraban a la sombra y las siestas eran nuestras. Vivíamos en bicicletas y acompañados de perros. Había casas embrujadas que no volvíamos a encontrar y otras sencillamente abandonadas y terrenos baldíos... espacio, infinito. Había árboles y tapiales accesibles a nuestra altura y nuestro esfuerzo. Hubo pesos, australes y más pesos, pero nuestra moneda eran las fichas de Cacoa. Había gomines y etiquetas de cigarrillo y figuritas y las gorras que conseguíamos tenían publicidades de Cargill. El cine nos pasaba dos películas y mientras tanto nos animabamos a expediciones a la fosa de los músicos y por detrás de la pantalla y zapateabamos durante los títulos para agregar suspenso y volvíamos con chicle en el pelo y los pantalones. Estaban los techos, por encima de los cuales podíamos recorrer la ciudad y estabamos nosotros, insoportables, planeando cómo hacer que nos dispare gomerazos el placero, o que nos persiga el loco dardo en bicicleta, o mirarle las tetas a la castaña que tomaba sol abrazada al borde de la pileta... Ahora seguimos igual, pero en otros contextos, y nos va bien, en general, pero extrañamos tanto eso...

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