Cada vez que me emborracho te escribo un e-mail; no sé si lo notaste. No te llamo ni te chateo ni nada de esas cosas intrusivas, sólo te escribo un e-mail y te cuento un poco de mi vida durante este milenio sin tu presencia. Te pregunto cómo estás, cómo andan tus cosas y qué hay de nuevo allá lejos; pero, en realidad, te estoy garchando, en mi mente digo, mientras te escribo. Nos garchamos con una ternura contundente; siempre buscás improvisar y me sorprendés constantemente, por más que sea yo el que te imagine. Sos marrana y dulce, por siempre. Para cuando envío el e-mail, ya estamos los dos satisfechos (quiero creer), y sólo me queda la culpa de haberte perdido y esta tonta incertidumbre: alguna vez me quisiste? Y es que nunca te lo pregunto, quizás prefiera la duda. Respondés, sí; pero sólo a veces y generalmente bastante tiempo después. Tu vida, todo bien; pero dejás entrever tristeza en tu felicidad y lo hacés a propósito, lo sabemos. Me gusta, te soy sincero; ojalá, al menos, seas cornuda.
"Bienvenido todo aquél que en calidad de tal permaneciere lejos; pues que de acercarse sería éste y no aquél, y como tal molestaría."
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