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Deliración 452: Nicho de taitas...

Uno no sabe muy bien cómo es que se sabe, pero lo cierto es que se habla de lo que una vez fue una pulpería en el sur de Santa Fe (ahí por la zona del Elortondo) a la que varios guapos aún se allegan para batirse a duelo con el mandinga, sin otro propósito que el de obtener una prórroga para sus almas o cederlas definitivamente en el intento. Hay uno que, según dicen, le viene ganando desde hace más de cien años; aunque hay quienes ponen en duda su habilidad y destreza, y le adjudican sus victorias a cierta simpatía que (insisto, dicen) le tiene el mismo cachibembe; y es que la envidia del prendado (me imagino) ha de ser muy grande. Dicen que ya gastó toda su plata (la del trato y sus frutos, supongo), que tuvo todas sus hembras y varios de sus machos; que deambuló bastante y se aquerenció con un par de familias, amistades y amantes, pero que finalmente los abandonó a todas y todos (desarraigado y sin retoños); que lo único que le queda es ese placer quinquenal de embretar al tío contra los rincones y coserlo a guadañazos.

La casona, ahora en ruinas, se encuentra en un lote baldío que ni mugre junta. Si bien no tiene techo (y el solazo cuece la zona), el piso mantiene un barro eterno; amorcillado por la humedad de tanta sangre... y las moscas, las moscas se escuchan a la legua.

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