Fulera como ella sola, ni para alternativa de borracho servía; pero, a partir de las cinco de la mañana, empezaba a levantar de lo lindo y hasta se ponía en exquisita. Era consciente de que, por lo general, no la invitaban ni a desayunar; por lo que tomó la costumbre de caminar a casa después del o los polvos (y es que muy poco dependía de ella en ese aspecto). Tipo seis, siete, ya estaba en la calle buscando satisfacción en alguna panadería nueva (ya que los orgasmos, por lo general, escaseaban).
Había una en particular a la que prefería recurrir cuando estaba en el barrio (y si estaba de ánimos); no por la calidad de las facturas ni de los criollitos (ni por los panaderos), sino por un afiche que tenían colgado frente a una mesa (la única que tenían en el local). Era un poster de Larguirucho cantando un tango. Estaba encuadrado detrás de un vidrio y atornillado a la pared. La humedad del local se había colado hinchando el marco, manchando el papel y empañando salinamente el cristal. Era una revelación de dejadez absoluta, como si se tratase de una ruina ridícula. Sin embargo, para ella, era un detonante.
Se pedía un café con leche sólo para olerlo, cerraba los ojos y deslizaba la yema de sus dedos por la superficie de la mesa (como leyendo el braile de los jeroglificos que se manifestaban bajo las capas de pintura berreta). Recordaba entonces, cuando chica (pero en otra ciudad), a su papá tallando sus nombres en una mesa del comedor del club de planeadores. Ella había dibujado un corazoncito, como sellando su aprobación ante el gesto de cariño. Su papá entonces le había dicho que apretase más la birome así el dibujo lograría imprimirse bajo relieve ya que, de lo contrario, el mozo borraría el trazo cuando pasase el trapo. Ella no se había animado, y le había respondido que no, que prefería así. Su papá se había sonreído por la ternura, y era esa la única sonrisa sin risa que recordaba de su padre. "Sos tan linda, mi amor"; le había dicho.
Abría los ojos entonces y le sonreía a Larguirucho; y entonaba (en voz baja) la versión que ella se sabía de "La vecinita de enfrente"...
Supongo que, cada uno, invoca sus fantasmas como puede.
Había una en particular a la que prefería recurrir cuando estaba en el barrio (y si estaba de ánimos); no por la calidad de las facturas ni de los criollitos (ni por los panaderos), sino por un afiche que tenían colgado frente a una mesa (la única que tenían en el local). Era un poster de Larguirucho cantando un tango. Estaba encuadrado detrás de un vidrio y atornillado a la pared. La humedad del local se había colado hinchando el marco, manchando el papel y empañando salinamente el cristal. Era una revelación de dejadez absoluta, como si se tratase de una ruina ridícula. Sin embargo, para ella, era un detonante.
Se pedía un café con leche sólo para olerlo, cerraba los ojos y deslizaba la yema de sus dedos por la superficie de la mesa (como leyendo el braile de los jeroglificos que se manifestaban bajo las capas de pintura berreta). Recordaba entonces, cuando chica (pero en otra ciudad), a su papá tallando sus nombres en una mesa del comedor del club de planeadores. Ella había dibujado un corazoncito, como sellando su aprobación ante el gesto de cariño. Su papá entonces le había dicho que apretase más la birome así el dibujo lograría imprimirse bajo relieve ya que, de lo contrario, el mozo borraría el trazo cuando pasase el trapo. Ella no se había animado, y le había respondido que no, que prefería así. Su papá se había sonreído por la ternura, y era esa la única sonrisa sin risa que recordaba de su padre. "Sos tan linda, mi amor"; le había dicho.
Abría los ojos entonces y le sonreía a Larguirucho; y entonaba (en voz baja) la versión que ella se sabía de "La vecinita de enfrente"...
Supongo que, cada uno, invoca sus fantasmas como puede.
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