Otra vez su mujer publicaba el video con los tres minutos de vida de su hija y la alegría de su llanto y la desesperación de su silencio entre tantos gritos. Él no podía ver más allá del momento en que las alarmas se unificaban en un único pitido agudo (“todavía lo escucho”, se dijo) y decidió pausarlo segundos antes. Tres minutos y después sólo quedó su cuerpo, como un muñeco ("está dormida; está dormida, despiertenla", repetía ella). No supo si darle me gusta o ignorarla; muchas de sus amistades ya la habían desvinculado y otras tantas la habían bloqueado. "Pobre mina", pensó de su esposa; "ella insiste, pero ya nadie le comenta nada; nadie le habla". Cerró la aplicación, apagó el pucho contra la pared del ascensor y corrió la rejilla.
En el pasillo había dos agentes perimetrando el departamento. Los saludó y se metió como pudo, tratando de no pisar la sangre.
En el pasillo había dos agentes perimetrando el departamento. Los saludó y se metió como pudo, tratando de no pisar la sangre.
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