El parque permanece cerrado, sellado por la franja de seguridad naranja de la policía. Simón tiene que pasear su perro por otros lares. Ya no lo suelta, lo mantiene sujeto a la correa. Es invierno, pero no nieva; hace frío, pero no tanto. Sopla viento constante y cae una llovizna lacerante. Simón no usa guantes, y de repente le aterra ver esa mano azulada e hinchada que sujeta la correa del perro. No la reconoce como propia, es ajena... y la ve podrida, gangrenosa, muriéndose a pedazos, sucia, embarrada, con las uñas rotas y desencajadas, y los dedos quebrados, y los huesos... falanges, de pronto recuerda; se llaman falanges... las falanges amarillas asomándose entre las manos podridas y embarradas.
Comentarios
Publicar un comentario