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Deliración 504: Sereno 4

A partir de los 12 ya se lo podía considerar un pajero compulsivo.

Según dice, en la escuela y en el club se escondía en el baño de las chicas y las escuchaba hablar, mear o cagar en los gabinetes contiguos; y así descubrió el secreto de la menstruación. Comenzó a robarse los algodones, parches, toallas y tampones descartados en los basureros. El olor a sangre podrida y caca cuajada le excitaba; incluso se los llevaba a la boca para atragantarse y asfixiarse a arcadas.

En casa hacía lo mismo con las bombachas y las medias de la abuela, pero pensar en la vieja le daba bronca; sentía furia y asco.

En la iglesia (su abuela lo llevó primero a catequesis, luego a confirmación y siempre a misa) le llamaba la atención el detallismo dedicado a la sangre en esas coronas de espinas de cristo y otros santos, y relacionó la cera derramada a lo largo de los cirios con semen e intentó prender fuego su glande: el horror.

Desde entonces odia al fuego, lo odia.

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