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Deliración 512: Sereno 12

A partir de los 29 comenzó a aflojar y trocó cacería por fisgoneo.

A la hora de la siesta solía meterse en las casas de sus vecinos mientras ellos trabajaban; y, por las noches, mientras dormían. Disfrutaba sobremanera del vértigo que le generaba espiar a presas que podían despertarse en cualquier momento. Le divertía ese exceso de cautela para no hacer ruidos ni movimientos bruscos ni generar esa sensación de ser observado que podía llegar a despertar a una persona. Había perfeccionado la técnica ensayando durante meses deambulando por los pasillos y dependencias del Hospital Pediátrico mirando durante horas a los chicos internados, escuchado sus respiraciones hidráulicas y asistidas.

Cuando cumplió 30 empezó a trabajar de nuevo; esta vez como sereno o guardia de seguridad. Lo había recomendado un conocido del ferretero de la esquina de su casa. Su mundo, de repente, se amplió: tantos edificios, tantas puertas, tantos departamentos, tantas habitaciones y tantas chicas. Tantas chicas con sus computadoras y sus videos y sus fotos y sus cajones y sus cartas y sus diarios y sus ropas y sus bombachas y sus camas y sus perfumes y, por sobre todas las cosas, sus desodorantes a bolilla.

Por ese entonces descubrió también las redes sociales. El mismo "mono Verdú" le había comentado una tarde que vigilaba a los chicos de la parroquia por Facebook y Twitter. Empezó a seguir a chicas del club, ex compañeras del colegio, estudiantes que vivían en los edificios que cuidaba y amigas de amigas de amigas desesperadas por ser notadas por alguien siquiera. Su favorita era… es... Instangram.

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