"Bienvenido todo aquél que en calidad de tal permaneciere lejos; pues que de acercarse sería éste y no aquél, y como tal molestaría."
"Bienvenido todo aquél que en calidad de tal permaneciere lejos; pues que de acercarse sería éste y no aquél, y como tal molestaría."
Acaricia los cardos con las yemas y decide despertarla revolviendo con el índice, pero sólo apenas. Ella sonríe y se menea felinamente. Le aparta el brazo con el talón del pie. 'Qué buscás?', pregunta. Él le quita la pierna y le pega un chirlo. Las várices bailan y se desparraman. Ella se vuelve mediodormida y se sienta para enfrentarlo. El exceso de piel se acordeona en labios gruesos e impares. Él se concentra en sus tetas entrando en celo. Hubo un tiempo en que sólo pensaba en ella, pero ahora , quizás de repente, eran muchas y la culpa lo enternece. Le sujeta el puño con el que sostiene su cuerpo y la tira contra su pecho. Le acaricia el pelo para destaparle los ojos. 'Qué querés, pesado?', murmura ella y la pe estalla con aliento a almohada y sarro. 'A vos te quiero', dice... y no está seguro si miente o sólo exagera.
'Sé que suena un poco prepotente de mi parte, pero eventualmente voy a garcharte', le dijo desde el otro lado del vagón. Se venían cruzando seguido últimamente y ya se habían identificado como fedigreses de la línea A incluso antes. Esa tarde iban acompañados de otras cuatro personas: un viejo, dos pibas y un flaco con auriculares demasiado grandes para su marulo. Ricardo se sonrió y retrucó: 'ya sabés, mi parada es la próxima'. 'No', dijo entonces Rubén, 'tu parada es ésta'; y se rieron cómplices ante el silencio que habían detonado.
El flaco de los auriculares se los quitó para oír de qué venía la cosa, ya que los rostros del resto le evidenciaban que se estaba perdiendo de algo. No logró entender mucho, pero la música que se destapó de sus parlantes enromantizó la velada.
Mientras esperaba su respuesta, acariciaba las grietas de la pantalla de su teléfono con la yema del pulgar. La textura era filosa al tacto, y le fascinaba ver esa sombra de pixeles desconcertados que se encharcaban aceitosamente sobre el historial del chat. Los caracteres e imágenes se mantenían, pero los colores se negativizaban psicodélicamente. Imaginaba que, presionando poco más que apenas, la pantalla sangraría su cristal líquido como si fuese un huevo crudo. Se le había caído la taza de café encima, ya vacía y coagulada, mientras revisaba medio dormida las actualizaciones de estado de su finita y caprichosa red de contactos, hacía apenas un par de desayunos atrás. El teléfono no tenía más de dos meses de estreno y, durante gran parte de ese tiempo, se había empecinado en mostrarlo orgullosa. Ahora sentía una mixtura de tristeza y vergüenza, ya que no podía pagar el arreglo (y de más está decir que la garantía no se lo cubría). Había conocido al muchacho en cuestión poco tiempo antes, en una fiesta de cumpleaños. Era el amigo del hermano de otro chico con el que había salido. Bailaron, tomaron y garcharon; garcharon mucho y muy bien. Bah, en realidad el pibe era mediocre en la cama, pero tenía buena previa y ella terminaba con sólo dedearla; y es que lo hacía tan bien, el desgraciado... Obviamente, tenía novia también. Ella no estaba enganchada ni realmente le gustaba, pero rara vez llegaba al orgasmo, y es que con eso le bastaba.
El pibe respondió: 'Mañana tanpoco puedo'.
Ella sonrió resignada ante la negativa e irónicamente satisfecha por el desliz ortográfico que tomó por comburente polisémico. Dejó el teléfono boca abajo y continuó trabajando. Por ese entonces era correctora de la sección de modas de La Voz e, independientemente de todo esto, renunció tres meses después.