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Mostrando las entradas de mayo, 2006

Deliración 100: El pibe que reencarnó potrillo.-



No hay mejor manera de festejar que llegué a la deliración Nº 100 que de la peor manera posible. Este bodrio fue grabado con una Pentax Optio 50, por lo que recomiendo no ampliar el video. De todas maneras, la paupérrima calidad técnica del soporte, no excusa la mediocridad global de esta basofia.

Deliración 99: Le pintó el bajón, pobre.-

Caminaba cabizbajo mirando las baldozas rotas, los papelitos, la mugre, las cajas de forros tiradas en las cunetas y los forros anudados, resecos y usados, en canteros desastrozos y estériles, pensando en las frustraciones que cargaba y en como se lastimaba a sí mismo y en esa puta incapacidad de manifestar su furia y en esa terrible imposibilidad de herir a quienes quería herir y en ese estar perdido y desorientado y en esa lucha interna por encajar y no en las estructuras y en esas ansias de huir y en ese deseo de ser querido y en esa culpa y en ese odio y ese rencor y en ese amor no correspondido y saberse ignoto, intrascendente, prescindible, ajeno, anulado e incapaz de molestar siquiera.

Deliración 98: Historia de amor a lunares.-

Se había parado entre las góndolas de lácteos y galletitas dulces, con el changuito semivacío y la boca entreabierta, mirando fijo a la pelirroja de ojos celestes que sonreía en la primera fila de empleados que saludaban alegremente a la cámara en ese poster que conmemoraba el cumpleaños de la cadena de supermercados. Era una pelirroja de una belleza particular, única, casera y sencilla, de sonrisa contagiosa y ojos tristes y hermosos. No tenía pecas, o por lo menos no se le notaban, y tenía dos pocitos en los cachetes como dos comillas. Llevaba uniforme rojo a lunares y se perdía en la muchedumbre de los explotados. Sin embargo, él la había visto y la descubrió preciosa. Era un tipo de ignotas aventuras amorosas, muy pocos romances y ninguna novia. Tristón, melancólico y con tendencia a los imposibles. Otro como tantos. Anónimo incansable. Intrascendente e improductivo. Le encantaba caminar y hablar con sí mismo. Se empeñaba en frustrarse. No lloraba ni sabía cómo. Había pasado quién sabe cuántas veces por ese lugar y jamás la había visto, sin embargo, ese día, después de manotear unas Pepitos y mientras debatía si llevaba un paquete de esas o unas Óperas, en un desliz de su atención, posó sus ojos en esos otros celestes y se perdió. Se había enamorado. Podría continuar contando cómo hizo de su fantasía una cruzada, cómo recorrió todas las sucursales de la cadena buscándola, de su desesperación por encontrarla, cómo localizó a otros explotados fotografiados en ese cartel y los interrogó por ella, de cuando la vio por primera vez fuera del poster, de todo lo que hizo para llamar su atención y de lo que sucedió cuando lo logró, pero no vale la pena.

Deliración 97: Una mina celosa.-

Celosa de las caricias de su propia sombra sobre el pecho de su amado apagó la luz de un manotazo y descubrió que sus caricias, las de él, recorrían de memoria una silueta que no era la suya, la de ella, y prendió la luz y lo encontró con los ojos cerrados y sospechó de una fantasía que no la incluía y comenzó a los gritos y a los cachetazos y a los arañazos y revoleó libros que no hablaban de ella y pateó discos que no cantaban su amor y destrozó fotografías que no la mostraban sólo a ella, tazas y vasos en los que se habían posado otros labios y platos que habían servido a otras, y arrancó ese inodoro en el que se habían sentado quién sabe cuántas atorrantas y lo arrojó por el balcón junto con las masetas, las plantas, la bicicleta y el perro ese espantoso, que estallaron en esa misma vereda en la que había despedido a tantas turras. Cuando por fin se calmó, lo descubrió atravezado por cuchillos, tenedores, cucharas, tres controles remotos, dos cepillos de dientes y un cable de teléfono que lo amatambraba marionéticamente en un rincón del living, desangrado y exhibiendo sus órganos sin vergüenza, con el rostro contraído por un terror tal que no pudo evitar abrazarlo, besarle la frente y perdonarlo.

Deliración 96: Sobre esos flacos que juegan al futbol.-

Siempre me llamó la atención que a nadie le llame la atención que esos pibes flacos, demasiado flacos y lungos, que se paran en ese y escupen cuando la pelota se va al lateral, se lleven las manos a la cintura, pero al revés, con los pulgares para adelante y los otro ocho dedos, generalmente, para atrás. Para mí, no sólo es rarísimo, sino, también, sumamente incómodo.

Deliración 95: En un día patrio como hoy.-

Se había quedado dormido con el pucho en la mano. Se ve que había terminado de sacarlo por puro acto reflejo porque lo tenía enredado entre los dedos junto con el paquete rojo y blanco y el encendedor amarillo. Tenía pantalones negros, botines marrones con venas grises, una campera azul y un gorrito de lana negro con una inscripción colorada que no alcanzaba a leerse. Estaba sentado en un banco de cemento, con las manos cruzadas entre las piernas y el cuerpo ladeado para un costado, echado sobre una bolsa de mercado vieja de trama escocesa, esas de las abuelas. Estaba rodeado de perros siesteros, onanistas y mugrientos. A unos cuatro metros, unos chicos jugaban un picadito ruidoso. Cada tanto aprovechaban un lateral para tirarle un pelotazo. Apuntaban con malicia y precisión. Erraban a propósito. Del otro lado había una parejita sentada sobre un tapialcito. Ella hablaba animada sobre sus amigas y sus novios, esperando que la callara con un beso. Él escuchaba desinteresado, con la vista fija en la pelota, esperando un corner exagerado. Cuando se decidió a besarla, la pelota picó hasta sus pies. Él se acercó, la levantó y la pateó al centro de la cancha. Los pibes agradecieron y él se volvió orgulloso y contento. Ella había dejado de hablar y lo miraba resignada. Otro, desde la esquina, le envidiaba la suerte. También esperaba desde hacía rato un pelotazo perdido. Juntó su portafolio y cruzó la calle. En la fuente, un pibe mojaba las patas mientras espiaba a una mina asomada al balcón de enfrente. El sol lo encandilaba y no le dejaba ver bien si la mina parecía o estaba realmente en bolas. Nadie, ni siquiera los perros, notó cuando el pucho cayó al piso y el croto dejó de respirar.

Deliración 94: Un novelón de aquellos.-

Solo, humilde y perverso, necesitaba querer y buscó a quién, asegurándose de que decididamente lo rechazara de antemano, y la amó por despecho. Persiguiola, acosola y abrumola. Hizo de su capricho una obsesión y se promovió mártir y víctima. Declaró a su amada como objeto de culto y procedió a arrastrarse, humillarse y dar lástima en público. Carismático entristecido, se hizo fama de soñador y se ganó la simpatía de muchos. Amenazó, entonces, con un suicidio fortuito y fue socorrido por miles. Ella, pobre vícitma colateral de un amor no correspondido, se descubrió un día, de pies escupidos, odiada por todos, abandonada y empujada a sus brazos. Sin otra chance, se obligó a quererlo y él, triunfante, se dedicó a hacerle la vida imposible, a menospreciarla y humillarla bajo el consentimiento general del pueblo.

Deliración 93: Una de tiros.-

El sacudón había sido mucho más fuerte de lo que se habría imaginado. Le hormigueaba el brazo y en sus oídos todavía retumbaba el eco de los disparos. Estaba en cuclillas, con la pistola colgando entre sus pies, a unos dos metros del cuerpo. Lloraba. El primero había dado en el estómago. Una de sus piernas había cedido, talvez por mero acto reflejo, y cayó de rodillas. El segundo dio contra la pared y el olor a pólvora se mezcló con el del reboque húmedo. El tercero volvió a dar en el blanco. El hombro estalló y el cuerpo se sacudió hacia atrás bruscamente. La nariz y la mandíbula desaparecieron con el cuarto. Los dientes salieron por la nuca y rebotaron contra la mesita de luz. El quinto disparo erró nuevamente y sólo destrozó un cenicero lleno de filtros y fósforos quemados. En una nube de cenizas, vidrios y astillas, el cuerpo se desplomó contra la pared. El cuadro al que me refiero sucedió hace no muchos años en un pueblito de las sierras. La noche comenzó con una discusión estúpida, no muy distinta de las acostumbradas. Por alguna razón los gritos dieron lugar a los empujones y los empujones a los manotazos. Siguieron más golpes y unas cuantas patadas, se arrojaron lámparas y adornos, y se esgrimieron cuchillos y hasta una tijera. Quizás las causas se remontasen hasta el mismo día en el que se conocieron, un martes, 7 años antes, mientras estudiaban en la capital. Ella llevaba una pollera y a él le llamaron la atención sus piernas. Él estaba borracho y ella lo encontró divertido. Noviaron varios meses, se fueron a vivir juntos y al final se casaron. No tuvieron hijos ni mascotas, sólo un auto. La mano cansada se desplomó inerte, tras un sexto disparo, salpicada por sus propios sesos, sobre el piso de madera. La idea de un divorcio nunca cruzó por sus cabezas. Al parecer, se querían demasiado.

Deliración 92: Qué salame.-

Encontró, finalmente, el camino que buscaba, sólo para descubrir que no era capaz de andarlo. Sentóse a la vera, entonces, a lamentarse como de costumbre, a llorar su tragedia y a revolcarse en ese barro mugriento en el que arrastraba su sombra. Deprimido, pasó días, meses, años tirado en la grela; buscando excusas para no levantarse; meditando a deshoras, nostalgioso, en su pasado. Se arrepintió muchas veces y, otras tantas, descubrió que no valía la pena. Cansóse, nuevamente de su propia lástima y enfrentó su destino. Buscó una salida y encontró varias. Reincidió en el capricho y siguió una senda cómoda. Encontró, finalmente, el camino que buscaba, sólo para descubrir que no era capaz de andarlo. En el charco de sus lágrimas, su propio reflejo le daba la espalda.

Deliración 91: Revelación ante la flanera.-

Y ahí estaba, sentado a la mesa, frente a la compotera ya casi vacía y pegajosa, observando los restos, sintiendo la patita del perro apoyada sobre su muslo izquierdo exigiendo una cuota, mendigando limosna, y él lejano, ausente, preguntándose si ese flan de chocolate que se acababa de morfar habría sido el hígado de la vaca de Milka.

Deliración 90: Sin salvas ni duelo.-

Incorruptible, insobornable y ya invertebrado, estaba tirado en esa cuneta viscosa de Ruta 19 camino a Montecristo, medio sumergido y convertido en dique, medio expuesto y podrido, rodeado de miasma y taladreado por miasis, el nómade ahora sedentario había rechazado hacía pocos días nomás un cohecho bienintencionado de rincón, almohada y balanceado a cambio de su autonomía sin posibilidad de manumisión alguna, rechazando gentilmente con una hora de juego y luego marchando con un trotecito alegre pero digno de mastín entrado en años, encarando para el lado de su destino, donde tenía cita con un convoy de Scanias, Mercedes e Ivecos que ni siquiera tocaron bocina para despedir al último idealista.

Deliración 89: Siempre la misma historia.-

Abrió la puerta del baño y apareciose envuelto por un vapor tangible y neblinoso, exaltando esa pelirrojicidad radioctiva, atomizada en una constelación de pecas amuchadas en cachetes, espalda y brazos; desnudo, con la toalla en la mano y las patas mojadas, juntando pelusa de la alfombra mugrienta; atolondrado y depresurisado por la diferencia barométrica entre una habitación y otra; tambaleándose, cayéndose... manoteando una silla para mantenerse en pie, con el perro lamiéndole el agua de las pantorrillas, estirando la mano para agarrar el teléfono que se había vuelto doble, difuso y lejano, pero que, sin embargo, no paraba de llamar.

Matsuo

Deliración 88: La película definitiva.-


Al fin, el orgasmo del séptimo arte: la película definitiva...
Cabeza de pochoclo con cuerpo de Perón bombardeándolo todo, junto a Godzilla, unos cuantos muertos vivos y un ejército de mini-fititos asesinos siguiendo los trazos de un inexplicable plan para conquistar el mundo, persiguiendo a Steve McQueen en motito, que, al fin de cuentas, salvará el día.
Ay, estoy tan emocionado que casi me largo a llorar...
Lo que todavía no se me ocurrió es el título.

Matsuo

Deliración 87: A la marosca...

_ Y… que le podría decir… por ahora vengo esquivando los trazos de un destino escrito ya hace tiempo, escapando de una muerte celosa, despechada y encaprichada conmigo, tal vez ofendida, talvez golosa… sin molestarme siquiera en pasar en limpio este borrador garabateado en el que me convertí; corrigiendo todo aquello que se esperaba de mí; improvisando una vida extraordinaria…
_ ¿Y cómo cree que esas cualidades le serían útiles en este trabajo?_ preguntó, tras un largo silencio, el hombre de traje gris y anteojos gruesos del otro lado del escritorio echándole una ojeada al currículum de más de cuatrocientas páginas arrugadas. “Eso soy…”, había dicho cuando se lo entregó al comienzo de la entrevista, “…más o menos”.

Matsuo

Deliración 86: Para variar.-

Otra idea, otro sueño, otro nuevo proyecto que, como todos los demás, no llegará a nada. Por qué será que tengo esta costumbre de no concretarme y permanecer en este subjuntivo permanente; de no hacer nada con mi vida, ni siquiera vivirla. Debería delegarme... que me vivan, que me lleven, que me arrastren, que me empujen, que me tiren, que me pasen por encima, que me hagan reír, que me emocionen y que hagan todo por mí. Entonces yo sólo tendría que quejarme de ellos, de la vida de mierda que me dieron, y así, por lo menos, yo no tendría la culpa de nada. Ah, y así vivir comodamente la mentira de ya no ser consecuencia de mí mismo sino víctima... testigo, nunca actor.
Quizá por eso me gusta tanto el cine...

Deliración 85: Va queriendo...

A medida que mejoraba, que se recuperaba, la situación empeoraba. La angustia dio paso a los nervios y las peleas. Talvez era una buena señal. El macho dominante optó por someterse y hacer caso omiso de la histeria de la hembra devastada. Descubrí tal actitud loable.

Matsuo

Deliración 82: Fui a verlo.-

Tantos tubos y él tan chiquito, amatambrado por tantas sondas, cables y demás demases, escondido entre tantas vendas, durmiendo en esa pecera, pinchado, enyodado... resistiendo... respirando... tan chiquito, tan frágil y ya tan humano...
_ Lo importante es que le llegue a la cabeza_ dijeron, y estaban hablando del oxígeno...


Matsuo

Deliración 80: Otra versión de los hechos.-

Despertó enroscado y baboso, ahogado y cubierto de tripas que no reconocía, y empezó arrastrarse como podía por esa cañería angosta y carnosa, tan llena de venas negras, que apenas si cedía a su paso, desesperado por salir, atolondrado, amoratado y mugriento, y vio luz y sangre y pelos y una mano gigante que lo agarró de la cabeza. Y así, como si fuera poco, nació... y fue hermoso.

Matsuo

Deliración 79: Pasa que no tengo muchas ganas de escribir.-

Enroscado sobre la almohada, atorrante y epiléptico, Sambuceti duerme. Cada tanto gruñe. Cada tanto llora. Quién sabe qué está soñando. Afortunadamente los perros son mas bien pragmáticos y muy poco románticos. Sus anhelos no van más allá de la esperanza de un paseo largo, unas cuantas corridas a unos gatos, un par de ladridos, un encontronazo con otro perro, cagar, mear y después volver a casa, al departamento, y comer lo que comemos y dormir donde dormimos. Afortunadamente no pretenden más que lo que tienen, que lo que les damos. Afortunadamente no pretenden más de nosotros. La desilución sería inevitable.

Matsuo

Deliración 78: Sin muchas ganas de despertarme.-

Muerto, lobotomizado, sin ideas, sin ganas, sin ánimo ni voluntad... a la deriva, ahogado, desesperado, manoteando todo lo que está a mi alcance... las ramas, los troncos, los yuyos, las personas, los libros, los perros, la almohada, las frazadas, los sueños, la esperanzas, los delirios, la locura, lo que encuentre, lo que sea con tal de no enfrentar la verdad y admitir que estoy perdido y que no sé lo que tengo ni adonde voy; que no sé lo que quiero ni sé más quien soy. Una sombra, un chiste fácil... nadie...

Matsuo

Deliración 77: Alma en pena.-

Ya muerto encontró al amor de su vida en un sucucho mugroso de piso de ladrillos y techos cubiertos de chorizos, quesos, ristras de ajos y murciélagos mulatos, atendiendo detrás del mostrador de madera curtida a todo aquel que se apareciera por ahí y pidiese un vaso de vino de la casa, el mismo vino que se multiplicaba gracias a la ayuda del agua de la bomba del patio que le daba ese gustito dulzón tan particular que ella detestaba y que servía sin muchas ganas hasta aquella noche en que apareció él, tan buen mozo y bien vestido, con esas maneras tan delicadas y esos comentarios tan graciosos, tan distinto de los demás que no tardó mucho en llevarla al descampado y sacarle la ropa y subírsele encima y montarla y dejar que ella también se suba y lo monte y se revuelquen y rían y giman y gocen y se queden dormidos, desnudos, distendidos, bajo la luz de la luna, frente a sus ojos que ya no eran, que ya no llorarían su llanto de patética alma en pena, de muerto enamorado de una que sabe atorranta y que no puede manotearla siquiera.

Matsuo

Deliración 75: Enmimismado.-

Siempre pienso que ya casi me alcanzo, aunque sé que no es cierto. Hace tiempo que vengo viéndome allá a lo lejos, persiguiéndome y pegándome el grito, pero se ve que hago como que no me escucho. Y por más que acelere el paso, eche un trotecito y corra un trecho cortito hasta que me quede sin aliento, nunca llego. Nunca lo logro. Si tan sólo me diese vuelta para verme, aunque sólo sea una vez siquiera, tal vez entonces me esperaría, para así arrancar de nuevo... pero esta vez conmigo.

Matsuo

Deliración 74: Prólogo o definición del bodrio.-

Para todo aquel que no lo haya notado, una deliración no se trata de otra cosa sino de un delirio mal escrito, con todo lo que eso implica y me refiero al bodrio, por supuesto; con una tendencia marcada hacia lo espontáneo y lo estúpido, cada una no aspira a ser más extensa que una simple oración o un párrafo, tal vez dos, puesto que se trata de algo escrito en una hoja mugrienta manoteada al azar sobre un mantel viejo y abuelístico, con manchones de café, té y mostaza, para ser leido en el baño; pero como yo me tardo horas cagando, la página se torna infinita... aunque no tanto.

Matsuo

Deliración 73: Pronto.-

Pronto despertará ella también y me contará, como de costumbre, sus sueños después de desayunar, y yo me reiré o le diré que no son ciertos, que no hay por qué preocuparse, y después se irá a trabajar o a estudiar y recién entonces podré dormir, no porque me moleste que ella se quede, todo lo contrario, sino porque sencillamente no puedo dormir tranquilo en mi cama sabiendo que ella está ahí, acurrucada, hecha un ovillo, tirada en el piso.

Matsuo

Deliración 72: El chancho... otro.-

Soñé que me había olvidado del chancho, de su volante y de su bufanda, sentado sobre ese resorte flojito, que pegué una tarde, podrido y epifánico, a una tapita de plástico para que no se cayera todo el tiempo al piso. Soñé que me había olvidado de ese chancho rosado y de lo mucho que me gustaba, de la que me lo había regalado y de cuanto la quería. Desperté a sus patadas dormidas, a su aliento caliente, su baba en mi almohada y a su boca cerrada. Desperté como siempre a su lado, enamorado, a escasos dos metros del chancho y a su vaivén que amaga.

Matsuo

Deliración 71: Por dormir demasiado.-

Hoy dormí demasiado. Me duele la cabeza y sigo cansado. No pienso. Tampoco existo. Por lo menos no me siento. Me duelen los ojos. Me refriego. Me despellejo los párpados. Parecen paspados. Arden. Babosos. Me acaricio el bigote. La barba. Me rasco la cabeza. La silla me queda chica. No puedo pensar. Me pasa a buscar un amigo. Saco a pasear al perro. Se escapa. Lo agarro. Le pego. Se vuelve a escapar. Lo pateo. Golpea contra la pared. Se queda ahí. Acurrucado. Tembloroso. Me mira. Me sigue. Camina despacito. Mi amigo también. Me siento mal. Demasiada humedad. Tanta hambre. Cansado y sin sueño. Aburrido. El perro me tiene miedo. Y yo hablando de un déspota, de una película que vi hace poco.

Matsuo