Imaginen un charco, frío o tibio o caliente, no importa, sólo imaginen un charco, playito, y en el centro, una moneda o una cadenita o un anillo o un aro, no importa, lo que sea, de metal, pequeño, diminuto, mojado... imaginen dos dedos, tres, los que sean necesarios, no importa, tratando de juntar esa moneda, esa cadenita, ese anillo, ese aro... unos dedos desnudos, rascando en piso baboso, tratando de juntar ese pedazo de metal mojado, y es la transpiración del otro en ese metal frío o tibio o caliente, no importa, y es el sudor del otro que penetra por los poros de esos dedos desnudos, y es ese metal que se oxida y se diluye cítricamente por debajo de las uñas, rasgando la piel, levantando esas uñas, arrancándolas, y ese agua y esa transpiración y ese sudor absorbido por la carne viva que asoma por debajo, ese sudor grasoso, cítrico y salado, eléctrico, y litros y litros de espeso aceite empalagando la garganta con ese horrible sabor a pila y saliva, y la piel que estalla, rechazando el cuerpo, ampollándose toda, y el aire caliente y húmedo, y esa moneda o esa cadenita, o eses anillo o eses aro, no importa, esa pieza de metal pequeño, diminuto, mojado, en la palma de la mano...